martes, 29 de diciembre de 2015

Cómo dejar ir

Cómo dejar ir esos deseos tan enraizados ya, tan intensos, tan llenos de sangre y de sueños? Cómo aceptar que, a veces, en la vida, se pierde de las maneras más absurdas, más ilógicas y, quizá, más injustas?

Cómo poder aceptar que una y otra, y otra vez sean los paradigmas sociales los que impongan la pauta, los que marcan un camino que se sigue siempre sí-o'sí, y que sea el status quo el que se imponga, absoluto, ridículo, por encima de las pasiones, de los deseos, de los planes, de las necesidades emocionales?

Cómo aceptar que los pasaportes siguen pesándole tanto al mundo, al final de cuentas?

miércoles, 16 de diciembre de 2015

A veces me pregunto, entre tantos hombres.

A veces me pregunto: entre tantos hombres que conoces, no te gustarán demasiado algunos dos o tres?

Porque, sabes, por lo que me comentaste la vez última, conoces a gente que son directores de empresas, altos supervisores, y demás hombres que son un poco mayores a nosotros, y que, estando solteros, o divorciados, o casados incluso, han llegado a pensar que su dinero y su poder lo es todo.

Me haces recordar a alguien más, que llevaba tu nombre, que sucumbió un par de veces a este tipo de hombres. Recuerdo, por ejemplo, aquella vez en que conoció a aquel hombre de cuarenta años, que trabajaba en la embajada de algún país de América Latina, quien le regaló una pulsera más o menos cara, lo que causó que ella le besara con fuego y después le regalara a su vez su desnudez.

Me imagino, paranoico como nunca, porque como nunca he deseado tanto a nadie más como a ti, que el dueño tiene un hijo, y que el hijo se ha fijado en ti. Que quizás no es demasiado carismático, ni demasiado agradable, ni demasiado agraciado, pero que tiene buen poder, manda sobre la empresa, sub director, y que cuenta con ese cinismo que te gusta, encima de otras características (porque no me queda claro que el dinero te motive demasiado).

Me imagino que es así que alguien se ha apurado a comprometerse contigo, para retenerte, para mantenerte a su lado, porque te desea, porque sabe que el dinero es un excelente afrodisiaco, pero que la promesa de estabilidad lo es, quizás, en el fondo, algo más - al menos durante las horas diurnas.

martes, 15 de diciembre de 2015

Decido al fin enviarte un mensaje.

Decido al fin enviarte un mensaje, un mensaje desde muy lejos, para recordarte que no eres solamente un juego, un juguete, para mi. Te recuerdo, nuevamente, que puedo estar contigo si asi lo deseas, no solamente como simple juego fortuito. Si, de nuevo aquel mensaje, tras el cual, la vez pasada te hiciste desaparecer de mí, escondiéndote (y recuerdo, entonces, esa parte, en ese mensaje, en el que te decía que "no te amo, pero estoy dispuesto a estar contigo", que probablemente era innecesaria).

Lo mando de nuevo, nervioso. Después me distraigo en otras tantas cosas, por supuesto. Pero después, en la noche, me viene una pesadilla, la de observar que finalmente, en cierta forma, ese mensaje, ha causado que desaparezcas esta vez, sí, definitivamente, de mí. Que has cambiado de correo, de perfil, de teléfono. Como si hubieras ido a vivir a Marte. Pero sé que sigues aquí, en alguna parte, en alguna pequeña ciudad quizás. Y en mi pesadilla, desesperado, lleno de frustración, le llamo a mi mejor amigo diciéndole que todo se ha perdido, que te he acabado de perder en ese uno por ciento, para siempre.

Después llega el sol, por la mañana, y el sonido de un autobús local que le toca el claxon a otro, probablemente furioso, enojado, me despierta. Y entonces busco, con los ojos todavía adormecidos, mi teléfono, con mi mano trémula, con ansiedad. Me parece, en la vigilia, que sí le he enviado aquel mensaje a mi mejor amigo, y que aún no me responde tampoco. Lo encuentro, y lo abro: veo que sigues allí, que no me has borrado de tu vida en ese uno por ciento.

Pero entonces, como si buscara imperfecciones y males peores, me imagino que, lejos de mi, con un amor imperfecto como el que tienes, con esa relación que roza lo patológico, puedas conocer, en algún instante, a alguien de quien te enamores. Y ropas tu compromiso, sólo que no por mí, sino por alguien más.

Por que descubro, que, a final de cuentas, me sigues doliendo, más de lo que yo esperaría.

viernes, 11 de diciembre de 2015

El apartamento de siempre

En la prisa del momento escogí quedarme en el apartamento en el que me suelo quedar en Praga usualmente, cerca de la estación de autobuses, que tan bien me viene en esa cercanía, tan práctico, con todo y su cafetera espresso, sus cortinas gruesas y esa calma que me permiten dormir más allá de las diez o once de la mañana con toda calmita.

Pero cuando llego y me planto frente a él, tras sentir una pequeña ansiedad al caminar por estas calles que tanto conozco, me siento inesperadamente incómodo, como si algo me molestara, como si alguna muela del juicio sacudiera a mi mente, a mi ánimo, dejándome intranquilo. Frunzo el ceño sin desearlo, y me siento aún más perplejo. Qué es lo que me pasa?

Me reciben en la recepción, me sonríen de manera tan impersonal como de costumbre, ellos, tratando de ser tan amables. Y camino por ese pasillo que ya tanto conozco. Meto la llave vieja, la hago girar, y después empujo la puerta. Y me recibe el olor a aromatizante, a jazmines esta vez, me parece, y reconozco esa ventana amplia, con sus cortinas pesadas, con su cama amplia, con el sofá beige oscuro, la lámpara roja en la esquina, la alfombra café clara. Me siento familiarizado, claro, pero no es un sentimiento de calma. Es más bien un sentimiento de ligero dolor.

Y me acuerdo que aquí estuve, la vez última, quizás mi vez octava, cuando decidiste de nuevo, finalmente, que no querías estar conmigo. Que, sencillamente, por mucho que detestaras a tu novio, te ibas a casar con él. Que, sencillamente, un día, así, sin más, no querías estar más conmigo, y me lo dijiste en mi cara. "Quería para ya no quiero, entiendes?". Y me duele, me lastima, siento un impulso incontenible de suspirar en mi amargo recuerdo de ti, de esas palabras.

Y salgo de pronto, impulsado por el dolor de un pasado que sigue allí, porque tu ausencia sigue en mi, conmigo, a cada instante, en cada paso que doy por Praga, en cada paso que he dado por Poznan, por Wroclaw, por Gdansk. Reconozco la calle que tomo ahora, y recuerdo que la recorrí una noche, o dos, o tres, y que la vez que recuerdo fue, justamente, aquella vez. Y recuerdo que mientras caminaba, justamente en esta calle, en la noche, a las diez y media de la noche, en total calma del otoño, me dijiste, preludio de mi dolor, que "quizás esta vez se nos fue la oportunidad para siempre". Y tenías razón, no porque así fuera, sino porque así lo hiciste, así le diste forma en nuestra realidad.

Camino, camino, y tomo calles distintas. Huyo, huyo de esas calles recorridas, de edificios recorridos, como, ya lo sé ahora, tomaré otra habitación en alguna otra parte, porque sencillamente todavía me duele mucho, muchísimo, que no estés conmigo. Y es que cada recuerdo, cada recuerdo malo, de aquella noche, de aquel día, de aquella madrugada, me sigue entrando en la piel, en los intestinos, en la boca del estómago, como un fierro frío, gélido, que me entra de golpe, sin afilar, brutalmente, maquinalmente, hasta lo más hondo de mi vulnerabilidad emocional.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Qué me importa

Era ahora o nunca. Pero yo no lo sabía, como tampoco tú lo sabías, aunque acaso lo sospechabas a veces. Y así, sin darnos cuenta, tiramos nuestros dados, movimos nuestras piezas. Así, sin seriedad, sin expectativas, solo divirtiéndonos un poco cada día. Nos alegrábamos, nos provocábamos, a cada instante.

Pero las cosas cambian. Quizás uno no cambia tanto en tan poco tiempo, pero cambian las expectativas. Y el tenernos en la intimidad había sido insuficiente, eventualmente, y acaso quizás sólo un pretexto. Pero seguimos jugando hasta que empezamos a lastimarnos, sin darnos cuenta de que las reglas del juego habían cambiado, que nos habían rebasado, que habían trascendido esa impersonalidad por la que tanto pugnabas, esa con la que yo estaba tan en paz, libre, según yo, para perseguir a un o dos amores platónicos.

Al final huiste como yo quise huir de ti cuando sentí peso emocional alguna vez en el pasado, siendo asegurado de que todo estaba bien, en orden, no cariño, no necesidad emotiva. Y huiste hacia lo que, creo, será un suplicio para ti, pese a que tus padres y familia y amigos te lo aplaudan.

Y qué importa si al final del día, te das cuenta de que eso, huir de mi, cuando te hice darte cuenta de que las reglas del juego habían cambiado? Qué me importa que se observen tus padres y tu familia y tus amigos en silencio, avergonzados, de haberte azuzado a irte con él, sólo porque sonaba bonito en papel? Qué me importa que hagas de tu vida un infierno después, aún peor que ahora lo tienes, con la esperanza de cambiarlo, a él, que es tan egocéntrico de una manera tan ridícula y estúpida?

Qué me importa si al final me pierdo tu cinismo, y tu inteligencia, y tu cariño y tus besos?

lunes, 7 de diciembre de 2015

El villano

Alguna vez conoces a alguien que te gusta porque tiene un rostro bellísimo, y porque, sobre y ante todo, te mata y te conquista su expresión de ligera melancolía, de estar perdida en sí misma y en algún problema demasiado personal, y porque parece estar tan lejos de ti y de todos los presentes. Te le acercas, y le hablas, y al poco tiempo, tras verter un poco de ti mismo, de tus palabras graciosas y palabras simples pero honestas, logras que levante la vista hacia ti, con una pequeñísima e involuntaria sonrisa.

Logras que te permita acompañarla hasta su casa. Y caminas y confiesas algún pecado, o dos. Y algunas desventuras también. Lo haces porque crees que nada puedes ganar con ella, porque está ocupada, por que le pertenece a alguien mas. Y la escuchas, con sus confesiones que ella vierte, quizás también sin desearlo, contigo. Te cuenta por momentos, como pequeños comerciales, pequeñas cosas lindas por hacer, para luego volver a hablar de esperanzas rotas que son descritas como acontecidas hace años, pero que te suenan a ayer apenas. Y te dice también que hay muchas ventajas acerca de quedarte, viajero perenne, en esta ciudad, porque todas las mujeres estarán locas por ti.

Pero el tiempo pasa, y aquel a quien ella adora, o crees que adora, vuelve al final, y ella parece desaparecer. Un día te la encuentras pero ella no puede dejar de recordarte que todo su tiempo es para él, y sólo para él. Pero tú la quieres de amiga, así que sigues vertiendo un poco de ti, de tus bromas, de tus palabras dulces, divertidas. Logras que ella quiera verte de nuevo, amigos, así que traerá a su novio. La logras ver, a ella, perfectamente maquillada, perfectamente ataviada, con su novio, que te echa una mirada profunda encima, sospechando quizás, como si quisiera leerte. Te sientes incómodo, pero permaneces estoico, y les sonríes, hablas con ellos un poco, y les ignoras después. Y ella se da cuenta.

Tras eso, ella acude a ti, a decirte, casi pedirte, que vuelvas a su ciudad. Te pide que traigas experiencias, y bebidas exóticas, y mucho más. Te recuerda varias veces, conforme pasa el tiempo, que la ciudad te espera, que la gente pregunta por ti, aunque ella no es una mujer romántica, que no extraña a nadie. Que podrá beber contigo una botella de vino contigo, solos. Y luego te dice que no olvides que tiene novio. Y después, cuando tardas mas en llegar, parece comenzar a ignorarte.

Llegas finalmente de nuevo a donde ella está, pero te dice que está ocupada con su novio. Y después te dice que espera verte una vez más, antes de irse, de que el amor la lleve a otra ciudad, con los planes recién cambiados, mientras ella espera el día en que siga a aquel a quien tanto parece querer. Se ven, pero notas que tiene miedo, y cambia la hora una y otra vez. Finalmente se encuentran, y lees en su lenguaje corporal que tiene miedo y reserva frente a ti. No puedes leer que la intimidas, inseguro, tan inseguro. Hablan mucho, y le haces recordar que tienen que tomar una botella juntos. Pero la botella no se termina, al mismo tiempo que te duele que se vaya, a la media noche, mientras sientes, al final, tras muchas confesiones suyas y confesiones que no querías contarle, que podrías adorarla. Mas ella tiene novio, no lo olvides.

Quieres verla una ocasión más, para cenar o para tomar otra botella. Ella se niega, juguetonamente, como si quiera que insistieras un poco. Insistes. Ella se niega, pero sonríe más. Lo sientes. Te dice que si la quieres ver de nuevo, que vuelvas una vez más a su ciudad, que te esperan varias botellas a su lado. Que te espera una última vez antes de irse, finalmente, con él. Se lo prometes, en medio de una broma, al mismo tiempo que ella te dice que quiere adorarte, pero sólo en la alcoba, solo en la desnudez de los cuerpos. Te confundes, tú, que pensabas que ella quizás tenía problemas en su relación, y quería dejar al novio. Superas el remordimiento, sin embargo, porque ella te encanta. O, más bien, lo mantienes bajo control, pero pensando mal de ti mismo constantemente.

Ella te enseña a necesitarla, lentamente, pero sin pausa. Hace que la recuerdes cada noche, que la recuerdes en cada mañana, aunque estén lejos, por una pequeña temporada. Te confiesa pecados escandalosos, herejías deliciosas, que te hacen espantarte pero desearla más con su cinismo y su inteligencia, que ella, a su vez, te dice que adora en ti. Juegan, entre fotos, y palabras sexuales, provocadoras, hasta que ella, quizás sin quererlo, comienza a verter un poco de su alma en ti, aunque sin darse cuenta. Y te cuentas de algunos dolores, te algunas decepcionas, aunque huye a decir que no debería habértelo dicho, que sabes demasiado.

Se vuelven a ver. Ella te ha prometido amarla en la alcoba. No sabes que ya la adoras, que tu remordimiento sigue allí. Ella no se ha dado cuenta de que se ha enamorado de ti un poco, de que sentiría miedo de verte de nuevo, que se pondría nerviosa, de que al besarte sentiría que la quemaban por dentro, y que el deseo le nacía de manera intensísima, y de que, empero, sentiría remordimiento al ser poseída por ti, huyendo, con la promesa o pretexto de verte una vez más, para devorarse el uno al otro.

Entonces te pide que le des tu punto de vista sobre su novio. Te dice que no puede dejarlo porque es perfecto, porque es un semi dios. Que tendría a su madre, a su familia, a sus amigas en contra, quienes creen que es un Prometeo, un Hércules. Que la ha lastimado, que la ignora a menos de que otro hombre quiera tenerla. Y recuerdas hasta entonces que su cinismo al hablarle de otras mujeres eran quizás celos, no sólo ego herido. Y te das cuenta también de que ha comenzado a retraerse en sí misma, ahora que ha dejado en claro todo lo vulnerable que por dentro es.

Y tras algunos celos mutuos sin control, ella se va con aquel a quien ella decía amar. Y te ignora, sin dejar de prometer verte una vez más, fijando incluso la fecha. Sufres el no tenerla, el amarla sin saberlo, el desearla tan lejos, mientras alguien mas se bebe su boca. Viajas buscando enamorarte de un amor platónico que te ha durado años, pero es una ilusión barata y superflua. Y la adoración que tienes por ella hace que te resulte imposible enamorarte, ahora que ya estás enamorado.

Y te rompe el corazón y todo lo que llevas por dentro, los intestinos, el hígado, el páncreas, al cancelarte, al verse esa supuesta última vez, al confesarte que va a casarse, mostrándote el anillo para que no dudes de ella. El hallarte tan lastimado, a diferencia de otras veces, no hace que la insultes, que la hagas poca cosa, sino que hace que te des cuenta de que estas perdido por ella, de que la extrañas. Le reclamas sin lastimarla. Ella te dice que ella sabe que nunca fue para ti más que un reto. Lo aceptas, y le dices que lo fue pero que ya no lo es. Y siendo más honesto que ella, le dices que nunca estuviste cerrado a estar con ella, y que el día que ella deje a aquel con quien ahora vive, vas a querer con todas tus fuerzas estar a su lado. Y ella desaparece tras este último mensaje, apesadumbrada por su miedo o por tu presión emocional.

Te ignora por meses, incluida esa vez en que te paraste dos días en su pequeña, lejana ciudad, para que ella supiera que no estabas mintiendo, que de verdad quieres estar con ella, mostrándole que vas a mover el cielo y la tierra por ella. Te ignora cuando le mandas diversos mensajes, incluso aquellos que le enviabas cuando estabas borracho, en que le recordabas, alegremente, alcoholizado, lo mucho que recuerdas sus deliciosos besos.

Un día te contesta, sorprendida, y diciendo que deberías olvidarla. Le dices, lleno de aliento, que nunca lo harás, que sabes que ella te desea. Escondes tu cariño, ese cariño casi adolescente por ella, y vuelves a todo tu cinismo. No desencajas del todo, porque ella se muestra cínica, decidida a verte una última vez, pero siendo un poco distante. Te das cuenta de que por momentos es un juego de egos. No quieres adelantarte.

Un día te enteras que la boda va esta vez en serio. Y lees que ella te dice que quizás tu oportunidad se ha ido para siempre, que la dejaste escapar. Presionas y ella cede un poco. Hasta que intentas obligarla a verte en su pueblo. Y ella explota y te dice que quiso estar contigo pero que ya no, que le ha prometido amor a su novio, a su futuro esposo, que nada hará que pudiera herirlo en lo futuro. Que lo entiendas.

Y te das cuenta de que ese remordimiento que tenías al principio ya no existe, claro. Que pensabas que serías el villano, ja.

domingo, 11 de octubre de 2015

Y tú que creías haber llegado al paraíso mismo

Y tú que creías haber llegado al paraíso mismo: demasiadas cosas por hacer, por conocer, por ser vistas, realizadas, disfrutadas. Hedonismo, placeres, sueños plasmados.

Pero, claro, nada es lo que parece: olvidas que en casa sociedad hay una serie de reglas, que generalmente, al observador externo, parecen una especie de juego con pautas arbitrarias, ilógicas, absurdas incluso. Y así como en un juego de niños, eres obligado a jugar bajo esas reglas. Y es que no importa que no quieras jugar bajo ellas, porque antes de que te des cuenta, ya eres parte de esto, esto que ahora te parece una pesadilla.

Las reglas son de lo más barbaras, de lo más básicas, rudimentarias, y tanto, que casi te sientes en una sociedad de la época de las cavernas: porque se apela a lo más básico, a lo más animal, a lo más antropológico, a aquello de volar o morir. A la supervivencia. A postergar la especia, a dejar hijos, a no correr riesgos, a no intentar salir de lo establecido.

Y tú, que has volado algunas veces en el pasado, y que lo sigues intentando, haciendo, pese a tus caídas diversas, casi constantes, te toca tocar el papel de peon en un ajedrez que no alcanzas a entender: y no puedes, en forma alguna, subir de categoría. No puedes ser un caballo, una torre. Y tampoco puedes volar, claro está. No, eso está reservado a peones que, por alguna razón, incluso acaso por mero azar, tienen papeles superiores, casi majestuoso. Son ángeles, son duques, son emperadores, en este juego en el que el resto somos peones.

Pero es todo una ilusión. Es un juego, y no dejas de darte cuenta. Tus alas siguen, a final de cuentas, intactas, aunque con esas heridas que tú mismo te infligiste, pero que a final de cuentas, tú mismo realizaste, al vivir, al intentar, al fallar.  Y ellos, en cambio siguen sin darse cuenta de que son unos peones todos, y también los ángeles, los duques, los emperadores. Los ves grises, los ves groseros, los ves simples, los ves estúpidos, en lo superlativo de la ridiculez. Pero por un instante te duele que no sean capaces de ver tus imperfectas, sucias, lastimadas, pero aún altivas, alas.

Y es que es todo un juego. Todo está inventado. Y los dioses, los verdaderos dioses, o están muertos (perdón, Jesucristo), o están allá, tan cerca y tan lejos (perdón, Wim Wenders), allí, en Berlín, en el bancos, en las instituciones públicas y privadas y los bancos y el grupo parlamentario y quienes dictan lo que se dice en Bruselas.

martes, 6 de octubre de 2015

Y entonces te vuelves a enterar de algo

Y entonces te vuelves a enterar de algo, algo que ya sabías, que ya te habían contado, y que, en ese pasado reciente, te pareció fabuloso, excitante, maravilloso: sacrilegio suculento, pecado terrible, terriblemente placentero. Y te lo imaginabas muchas veces, lo evocabas con deseo profundo, queriendo haber estado allí, ser parte de ese acto sórdido, de ese exceso de hedonismo, de ese momento tan memorable, casi irrepetible.

Y entonces te vuelvas a enterar, sí, de eso, de lo que ya te habían contado, pero sólo que, esta vez, tienes más datos a la mano, y te das cuenta de que algunas cosas te las cambiaron: que los pecadores no fueron aquellos que tantas veces te imaginaste, sino verdaderos villanos; que fue un exceso, terrible, sí, y delicioso, sí, pero que te lastima, porque no esperabas que los protagonistas de ese pecado tres, cuatro veces capital fueran esas personas, esos demonios, esos hijos de puta.

Y entonces ves cómo, de manera casi ridícula, el objeto de deseo, de placer, de inmensas, casi inagotables evocaciones, es ahora es la anécdota que te revienta por dentro, que te hace casi lanzar un alarido de impotencia, de coraje, de envidia. Por que los pecadores no eran los que tú querías que pecaran.

sábado, 26 de septiembre de 2015

Te extraño más de lo que quisiera querer.

En noches como ésta te extraño más de lo que quisiera querer. Porque no debería extrañarte en lo más mínimo, aquí, soltero, con todas las ventajas, con tantas piezas a mi favor en esta ciudad llena de mujeres deliciosas. Porque no me quieres, porque no me quisiste (pero quizá, como Neruda, diré que quizás sí me quisiste). Porque no puedes quererme, porque amas a alguien más (pero quizás, no como Neruda, diré que quizás no lo amas ya). Porque estás ocupada, porque estás comprometida, porque llevas ya un anillo que, como un sello en la frente, te hace ajena a mi, a mi futuro, a mis esperanzas.

Con todo, en noches como ésta te extraño más de lo que podría públicamente aceptar. Porque eres apenas una chiquilla, porque no sabes lo que quieres, porque todavía te dejas presionar demasiado por su cultura, por tu sociedad, por tus paradigmas, por tus madres, y tu hermano, y tus amigas, y tus amigos, y los padre de él, y la familia de él, y demás, todos. Porque quizás me serías, incluso, si acaso fueras mía, infiel como lo fuiste para con él conmigo.

Pero te extraño, te extraño en una forma no romántica, que no alcanzo a explicarme. Te extraño en una forma más bien rara, inusual, con un poco de melancolía, un poco de anhelos no satisfechos, que se quedaron en el aire (es, a final de cuentas, todo, como tu lo veías: no más que un capricho?). No te adoro, ni te adoré, como bien sabes. Pero te extraño un poquito más de lo que debiera. Tus palabras, tus mensajes, tus bromas, tu cinismo, y al mismo tiempo, esa vulnerabilidad involuntaria que mostrabas a veces, y de la que después de arrepentías de haberme mostrado, terriblemente culpable contigo misma. Te extraño en todo ello.

Y te extraño, a final de cuentas. Y eso es todo.

jueves, 30 de julio de 2015

Lees, por curiosidad tormentosa.

Lees entonces, por curiosidad tormentosa, por necedad y casi por paranoia, lo que un ex novio suyo redacta, tan cerca del sol, tan cerca de él con lo emocional: poesía barata, poesía adolescente, poesía mal encarnada, poesía pretenciosa pero que apela a ser una poesía urbana, y por tanto, casi como Coelho, es popular, mucho.

Te da asco. Aunque te da envidia que alguien lo intente, porque tú, tú, no tienes talento para la poesía. Ya. Sí, porque no te sale, y no lo intentas. Pero te confunde: esperarías que alguien que intenta, que no se rinde en escribir poesía, te inspire, te emocione en sus intentos que no dejan de claudicar. Mas, al mismo tiempo, su pretensión, las ganas de hacerse popular, de ver que pone demasiado de sí, demasiado, en sus intentos (Oscar Wilde se revolcaría en su tumba, poeta que te haces famoso de un corazón roto, o peor, un corazón que se inventa escenarios y se los cree en el escenario).


miércoles, 29 de julio de 2015

Y ahora qué?

Y ahora qué? Hoy no tuve mayores problemas en mi día, así que mi inconsciente empezó a fastidiarme con problemas del pasado, no olvidados, o acaso con problemas inexistentes, más bien improbables. Y ansiedad que llega, entonces, forzada, tan artificial, de forma tan idiota.

Y después, claro, en el trabajo la falta de respeto por el espacio personal. Eso sí es un verdadero problema, sobre todo cuando hiciste tu trabajo como siempre lo haces, terminando a eso de las diez de la noche, y habiendo dicho una vez que te vas, y luego les recuerdas que ya te fuiste, y les dices de nuevo que no estás, pero que puedes responder preguntas sencillas, te llaman por teléfono, ya a la una de la madrugada, de pronto, como si todo esto fuera una emergencia.

Y te preguntas porqué carajos: porque hay personas que tienen adicción a ser obsesivos con el control, porque su jefe respectivo les pone demasiado presión, o porque no controlan, sencillamente, el nerviosismo? Porqué no carajo enviarme un correo, diciéndome que por-favor-no-olvides-leer-esto-importante. No, no, no, no. Lo importante es llamarte, a la puta una y media de la puta madrugada, como si fuera una puta emergencia, así, de pronto, sin avisar, rompiéndote toda la puta calma que querías tener.

Luego te sientes culpable por tu supuesta falta de responsabilidad. No, en realidad no es eso: tienes miedo de haber sido demasiado honesto al ponerles un alto, y que se enojen y demás, y no sé qué cosas.

Y ahora que pensabas que solamente tenías que lidiar con tu propio nerviosismo y solamente con tu propio obsesión por el control y tu propia estúpida obsesión con la perfección, tan inalcanzable.

domingo, 26 de julio de 2015

Escuchas aquella canción

Escuchas esa canción, aquella que escuchaste por primera vez hace ya un año, cuando estabas de viaje, lejos, lejos de tu región usual de aventuras. La escuchas y te maravillas, como cada vez que la escuchas, por su complejidad, por la complejidad de su ejecución, por la intensidad de las emociones que conlleva: dolor, frustración, impotencia, tristeza, soledad, negación, y al final resignación, aceptación.

Es una ejecución maravillosa. Te maravillas, desde aquella vez que la escuchaste por vez primera, en cada ocasión en que puedes disfrutarla, si es que se puede eso decir. Te maravillas cada vez más, y sufres, al escucharla, cada vez menos. Sí, porque la primera vez que la escuchaste, más que desgarrarte el alma, tenía ya desgarrado el corazón, y esa canción te sirvió para darte cuenta de todo lo que pasaba en ti, eso que te quemaba por centro, que te llenaba de desesperación o poder expresa. Fue una revelación, dulce, como un oasis dentro de la amargura. Representó una ligera calma, como la que se siente, aún en el dolor, cuando un diente que tanto nos ha molestado es finalmente extraído.

Y ahora la escuchas de nuevo. Y recuerda que hace un año fue cuando la escuchaste por vez primera, sí. Hace un año ya. Hace un año, cuando estuviste en Alemania, y después en Irlanda, y después en Croacia. Y aunque usualmente ya casi no te causa dolor, esta vez el recuerdo de aquellos días cae sobre ti: primero suave, casi delicado, casi como un ligero aroma de sufrimiento. Después va creciendo, y sientes que te pica, que te molesta la piel, como un humo caliente, caliente. Te dejas llevar, porque caes en la cuenta de que parte de ese dolor estaba allí, dentro, guardado. 

Finalmente el dolor guardado, o parte de él, esa parte que no terminaste de exorcizar el año pasado, se estrella contra ti. Te duele, te lastima. Sientes que es una especie de veneno que llena tus venas, tus nervios, tus extremidades. Tu ceño se frunce hasta el límite, y las sienes te duelen, porque casi no pueden contener el dolor. Te duele la cabeza, y quieres gritar, y sientes también, al mismo tiempo, que te están pegando en el cráneo, con un bat de béisbol, aunque los golpes vienen de dentro.

Dura poco tiempo. Tras unos diez segundos se apaga todo, se apagan las luces, se esfuma el dolor, o su fantasma. Te sientes como cuando te sientes al despertarte, en la mañana, tras un sueño doloroso, terrible, tras una pesadilla, con la resaca de la amargura todavía envenenando tu frente, tu rostro.

Y te dices que ojalá, sólo ojalá, esta vez te hayas deshecho finalmente de todo, todo ese dolor que no sabías que aún había en ti.

sábado, 25 de julio de 2015

Sí le importaba demasiado el peso del pasaporte

Y qué si ella se diera cuenta de que sí le importa demasiado el peso del pasaporte, el apego a alguna nacionalidad específica?

Porque ella me lo dijo así, sin que yo se lo preguntara, cuando me dijo que todos sus novios habían sido de tal o cual región del mundo. "Pero no tengo apego específico a algún país o a algún pasaporte". Eso dijo, en mi piso, sentada, con las piernas cruzadas, bebiendo un poco de vino, moviendo los ojos de manera nerviosa por la estancia, fijándose en mí por momentos de dos o tres segundos.

Pero un día se da cuenta de que no es así, y de que para ella, como para muchas otras personas, especialmente las que no han viajado, o las que no han viajado lo suficiente, todo llega a ser una abstracción en los países, una abstracción demasiado rudimentaria, una abstracción tan simple que representa una falta de respeto a la inteligencia. Pero es así para ella, como lo eran los alemanes o los españoles para mí hace diez años.

Para ella, el que un hombre tenga un pasaporte de dónde se comen tales cosas, y se bebe tal licor, representa automáticamente un sex appeal dado porque sí, porque esas cosas y ese licor y ese país y esa cultura es la que sus padres adoran, porque estuvieron una vez allí, hace veinte años, para no volver más, añorándola, idealizándola, exagerando su encanto, olvidando toda forma de imperfección, los Campos Elíseos.

lunes, 20 de julio de 2015

Tu acompañante es gay

Cuando escucho que, muy enojada y decepcionada, dices con gran amargura que tu acompañante, que se acaba de ir, es gay -cuando yo, que lo conozco de vista, sé que no lo es, con todo y su esposa-, me doy cuenta de que el pobre compadre, ignorando que estabas dispuesta a darle todo, se ha ido, no queriendo mostrarse demasiado agresivo en lo sexual, demasiado hambriento, lobo, depredador.

Sonrío para mi, y te digo que no hay problema, así, bajito, súbitamente sensual, al oído, acercando muchísimo mis labios a tu oído izquierdo, casi besándolo. No hay problema porque hay otros hombres que, para una chica guapa como tú, estarían dispuestos a bailar, a divertirse, a platicar. Me dices, y yo no sé porqué, con tus ojos verdes expresivos y felinos, y con tus rasgos delicados, que no lo crees, que no. Te sonrío, como para mandarte a callar, tomándote entonces por la cintura, ante tu inicial sorpresa, para mostrar una pequeña, involuntaria sonrisa, que fallidamente intentas esconder al instante, cuando casi paso mi mano derecha por tus nalgas, bajando, bajándola. Y aprovecho para pegarme por completo a ti, a tu cuerpo, para sentir tu aliento, para acercar mi rostro por completo al tuyo, casi para besarte, detenerme enfrente tuyo, sonreír, y voltearme, aún sin soltarte, provocándote.

Sí, bailamos bastante, bastante cachondo, o tan cachondo como podemos, un poco borrachos. Y después, casualidad o no, abres los ojos, y como dos pozos se abren, hondos, tan hondos que casi me parece que todo el mundo allí, entre la ligera oscuridad multicolor, puede leer hasta lo más recóndito de tu sorpresa: porque me dices, como si estuvieras idiotizada, que allí, al lado, está tu ex novio. Me sueltas, y te vas con él, sorprendida, enojada, y sonrío, preguntándome qué irás a hacer.

Me voy, bailo con otra chica, a la que ahora ya no recuerdo en absoluto, y después, cuando estoy a punto de ir a la barra, algunos minutos después, para tomarme una cerveza, te me acercas, enojada pero resignada, diciéndome que sí, que allí estaba tu novio, un chico español, que es un gilipollas. Te quedas callada, a mi lado, y yo siento en ese instante un poco de placer erótico al verte así, sorprendida, insatisfecha, llena de molestia. Quizás porque te imagino, así enojada, desnuda, dándote palmadas en la piel enrojecida, cabello sujetado, ojos cerrados, sexo violento, sexo en medio de una tormenta emocional. Y me dices que vayamos por un trago, que lo necesitas.

Tomamos un poco más, y bailamos, ya con una copa extra, más cachondo que antes, sintiendo tus labios, ligeramente, sin poner mi lengua en tu boca aún, porque quiero hacerte esperar. No te lo crees, y supongo que yo tampoco, porque te dije hace una hora y media que me gustaba tu amiga, y porque a tu amiga quizás yo le gustaba también, pero no quise caer en su juego de sí-pero-no, y me alejé de ella. Y ahora la buscas, hablando de ella justamente, y te escucho, sin soltarte, mientras dices: "es que no quiero irme sola a casa". Y te digo que no necesitas hacerlo. Sin darte cuenta de mi sentido, respondes, "Es que vivo muy lejos". Yo yo te respondo, sonriéndote, "Yo iré contigo, no te preocupes". Me ves, y abres de nuevo los ojos, porque sabes que quiero acostarme contigo, esta noche, apenas conociéndonos, y estás sorprendida más de que, por alguna razón -despecho, me digo después-, estás dispuesta a hacerlo. Sonríes, sin quererlo, porque sabemos que tendremos que hacerlo.

Luego, sin embargo, tu amiga, que es tan atractiva como tú -y con quien me imagino haciendo entonces un trío-, viene y te llama, invocándote, separándote de mi. Y no sé porqué, en ese momento llega de nuevo a tu lado tu ex novio, quien no se ha ido del club, y ha estado allí desde que hablaste con él, hace casi cuarenta minutos. Discutes un poco con él, mientras la amiga se aleja, con cara de fastidio, y a los seis minutos él te toma de la mano, llevándote hacia los baños. Pasas enfrente mío, con vergüenza, pidiéndome disculpas, o así me parece, por ir a follar con él al baño.

Y al otro día no recuerdo cómo llegué a casa, ni porqué no estaba enojado, ni molesto al despertarme, y por tanto, al irme a dormir, solo. Pero eso sí, sí, me doy cuenta de que me encantaba, me fascinaba por completo la idea de acostarme contigo, e irme al otro día de la ciudad, como hago entonces, sin que tú lo supieras, así, despechada, sexo súbito, como en El ultimo tango en París, así, sin más. Y es irónico: hace ya casi diez años que la primera novia a la que quise me lo hizo así, acostándose, una noche, apenas un par de días después de que nos separamos temporalmente, tras una discusión, con un camarero que acababa de conocer, aún incluso más joven que nosotros, ebria de tequila y de despecho. Habiéndome lastimado mucho, demasiado, ahora, quizás por exorcizarlo el inconsciente, hallo la idea terriblemente sublime.

El paraíso. Seguro que sí.

jueves, 16 de julio de 2015

Porque soy demasiado emocional (2)

Porque soy demasiado emocional me enamoré de ti. Porque sabía que todo estaba en tu contra para enamorarme, al mismo tiempo que todo estaba a favor para acostarme contigo, una, dos, o cinco veces.  Porque me confié, pensando que tus constantes recordatorios de que no me relacionara contigo en lo personal eran exagerados, innecesarios, casi ofensivos.

Porque pensé que eras demasiado joven a mi lado, y que, como en otros casos, en mi vida, estar con mujeres con novio me garantizaba no enamorarme, y que debía preocuparme más para evitar que te enamoraras tú. Y pensar, ahora, que incluso, cuando me dijiste que tu novio había leído algunos de nuestros mensajes, y que tenías problemas, entré en pánico al pensar que te podría él dejar, y que eso haría que te echaras irremediablemente a mis pies, a mis brazos, deshecha, necesitada de atención y de consuelo.

Ya demasiado tarde me doy cuenta de que nunca debí haberme enamorado de ti, de ti, que aunque con todo lo que eres y lo que no eres, al final del día, tienes tantos fantasmas que te rodean, que te persiguen, y pecados que no te has perdonado, y placeres que no te has perdonado haber disfrutado, y errores que marcan todo lo que haces.

Y me digo que, una vez que me desangre, que te eche de mi persona, de mi vida, de mis tardes, espero, de verdad, ser mas juicioso, y menos estúpido, y que la vez próxima, usaré al menos a la moralidad de escudo para no estar olfateando donde no debo.

Porque soy demasiado emocional

Porque soy demasiado emocional me he casi enamorado de ti, y de tus ojos grandes, y de tus labios carnosos, y de tus piernas deliciosas. Porque no pude contener eso que late dentro de mi, que, como a todos latinos, nos quema, nos incendia, nos abrasa. Porque no pude dejar, como tu bien me dijiste, de ponerte atencion, y de escuchar tus burlas y leer entre lineas lo que tu y tu interior me querian comunicar, y de preguntarte y tratar de entenderte, lejos de esa impersonalidad a la que tan acostumbrada te tienen estos europeos, entre bromas, quejas honestas, celos mal o bien disfrazados, caricias emocionales, burlas infantiles y juguetonas, y bueno, todo esto que soy.

Me enamore de ti porque a pesar de que llevas el sexo como escudo, como moneda de cambio, y porque usas tu cinismo para escabullirte, y escondes, al menos en lo consciente, tus secretos y tus debilidades, pude ver que estabas confundida, y te sentias abandonada, no querida, no valorada, al lado de alguien que, acostumbrado y necesitado a tener la atencion toda para si, subyugando a personas que necesitan admirar a alguien mas, te ignora, pasa delante de ti, como si le estuvieras garantizada por los siglos de los siglos.

Me enamore de ti porque mis enamoramientos paulatinos del momento eran bastante debiles, aunque yo les creia fuertes, al lado tuyo. Porque les faltaba temperamento, les faltaba sensualidad, les faltaba juego, les faltaba picante, les faltaba fantasia, alegoria. Eran enamoramientos demasiado tranquilos, demasiado serenos, en los que, en vez de arder y de vivir en un grito de alegria, me sentia cobijado por el mero hecho de sentirme mas tranquilo, menos solo, menos abandonado.

Pero al fin y al cabo la dependencia que tienes en el te encandena de una forma absurda, ridicula, una que apenas puedo ver ahora, despues de todo, despues de nuestros besos, y de nuestras desnudeces parciales, casi involuntarias (del alma y del cuerpo). Una dependencia que te sacude y te llama y te sujeta horriblemente, entre experiencias profundamente deseadas, infligidas, y otras no deseadas, rechazadas, abrumadoras. Sientes que tienes que estar a su lado, porque eso no se pasa con otros, solo que pasa con algunos. Si tan solo pudieras tomar distancia, y darte cuenta de que ese sueno creado por tus amigas inexpertas, por tus amigos pasivos que le admiran, por tu madre que, demasiado joven, no alcanza a leer en el fondo de ti, y que se maravilla de el, en su pasaporte, es lo que te somete, lo que te presiona, lo que te impide liberarte, a ti, para ser toda tu, con tus propios pecados, con tus propios pensamientos.

Pero quizas no sea asi. Porque en Polonia las relaciones duran mas que en Alemania o en Republica Checa. Yo diria que, en realidad, demasiado: porque como la gente de tu pais, seguiras atada a el, en una relacion que siempre termina pero nunca termina, que te lastima, que te lacera como si fuera un cadena que te sujeta los brazos, y en que a cada movimiento te roza, te lastima, te abre la piel y sangras. Seguiras, asi, quizas los proximos ocho anos, mientras esperas que las cosas cambien, mientras tienes amantes de cuando en cuando, para sentirte dichosa, para sentir alivio, o tengas hijos, para volcarte en ellos, en la familia, dejandole a el de lado, con su egotismo, con su incapacidad nata de voltear hacia los demas.

Y yo quisiera haberte conocido en ese instante no ahora. Asi como otras tantas veces les he confesado a otras a las que he deseado, a otras que me han enamorado: anoro habete conocido en algun pasado tuyo, yo, asi, te digo ahora a ti, quisiera haberte conocido en algun dia de tu porvenir, cuando, estuvieras libre de este tipo de influencias, cuando estuvieras lista para entender que una relacion no debe durar ni un minuto mas de lo que es.

miércoles, 8 de julio de 2015

Mensaje inesperado

Un mensaje llega de pronto, totalmente inesperado, por supuesto: fotos, fotos. Esas imágenes no te importan, no te interesan, sino que sólo te importa que te las hayan enviado. Sí, porque la dueña de ese mensaje, la que te envió esas fotos, tiene unos ojos enormes, cínicos, divertidos, felinos. Porque te hacen recordar sus piernitas, su cintura delicada, su culo perfumado.

Pensabas que no había habido química con ella, cuando le sonreías y tirabas bromas que no acertaban a divertirla lo suficiente, aquella noche, cuando saliste con ella, a bailar, cuando un cabrón intentaba ligársela en la calle, mientras ella te esperaba, con tus pinches nueve minutos de retraso. 

Pero quizás sólo estaba nerviosa, o quizás cansada, o estaba en sus días, o pensaba mucho en su novio, o en algún ex novio, o en algún pretendiente, o en alguna compañera del trabajo que la fastidia a diario diciéndole que debería vestirse menos sexual y menos provocadora, lanzándole eufemismos para decirle que es un zorra, para esconder su envidia.

Uno es profundamente débil así que por supuesto uno cambia sus planes, porque no estaba en la agenda de uno verla de nuevo, porque sencillamente las piernas son las piernas, sobre todo cuando son las piernitas de una divertida, simpática, agradable, coqueta mujercita con la que quieres bailar pegado, pegadito, pegadito, porque bailar pegados es bailar.