lunes, 20 de julio de 2015

Tu acompañante es gay

Cuando escucho que, muy enojada y decepcionada, dices con gran amargura que tu acompañante, que se acaba de ir, es gay -cuando yo, que lo conozco de vista, sé que no lo es, con todo y su esposa-, me doy cuenta de que el pobre compadre, ignorando que estabas dispuesta a darle todo, se ha ido, no queriendo mostrarse demasiado agresivo en lo sexual, demasiado hambriento, lobo, depredador.

Sonrío para mi, y te digo que no hay problema, así, bajito, súbitamente sensual, al oído, acercando muchísimo mis labios a tu oído izquierdo, casi besándolo. No hay problema porque hay otros hombres que, para una chica guapa como tú, estarían dispuestos a bailar, a divertirse, a platicar. Me dices, y yo no sé porqué, con tus ojos verdes expresivos y felinos, y con tus rasgos delicados, que no lo crees, que no. Te sonrío, como para mandarte a callar, tomándote entonces por la cintura, ante tu inicial sorpresa, para mostrar una pequeña, involuntaria sonrisa, que fallidamente intentas esconder al instante, cuando casi paso mi mano derecha por tus nalgas, bajando, bajándola. Y aprovecho para pegarme por completo a ti, a tu cuerpo, para sentir tu aliento, para acercar mi rostro por completo al tuyo, casi para besarte, detenerme enfrente tuyo, sonreír, y voltearme, aún sin soltarte, provocándote.

Sí, bailamos bastante, bastante cachondo, o tan cachondo como podemos, un poco borrachos. Y después, casualidad o no, abres los ojos, y como dos pozos se abren, hondos, tan hondos que casi me parece que todo el mundo allí, entre la ligera oscuridad multicolor, puede leer hasta lo más recóndito de tu sorpresa: porque me dices, como si estuvieras idiotizada, que allí, al lado, está tu ex novio. Me sueltas, y te vas con él, sorprendida, enojada, y sonrío, preguntándome qué irás a hacer.

Me voy, bailo con otra chica, a la que ahora ya no recuerdo en absoluto, y después, cuando estoy a punto de ir a la barra, algunos minutos después, para tomarme una cerveza, te me acercas, enojada pero resignada, diciéndome que sí, que allí estaba tu novio, un chico español, que es un gilipollas. Te quedas callada, a mi lado, y yo siento en ese instante un poco de placer erótico al verte así, sorprendida, insatisfecha, llena de molestia. Quizás porque te imagino, así enojada, desnuda, dándote palmadas en la piel enrojecida, cabello sujetado, ojos cerrados, sexo violento, sexo en medio de una tormenta emocional. Y me dices que vayamos por un trago, que lo necesitas.

Tomamos un poco más, y bailamos, ya con una copa extra, más cachondo que antes, sintiendo tus labios, ligeramente, sin poner mi lengua en tu boca aún, porque quiero hacerte esperar. No te lo crees, y supongo que yo tampoco, porque te dije hace una hora y media que me gustaba tu amiga, y porque a tu amiga quizás yo le gustaba también, pero no quise caer en su juego de sí-pero-no, y me alejé de ella. Y ahora la buscas, hablando de ella justamente, y te escucho, sin soltarte, mientras dices: "es que no quiero irme sola a casa". Y te digo que no necesitas hacerlo. Sin darte cuenta de mi sentido, respondes, "Es que vivo muy lejos". Yo yo te respondo, sonriéndote, "Yo iré contigo, no te preocupes". Me ves, y abres de nuevo los ojos, porque sabes que quiero acostarme contigo, esta noche, apenas conociéndonos, y estás sorprendida más de que, por alguna razón -despecho, me digo después-, estás dispuesta a hacerlo. Sonríes, sin quererlo, porque sabemos que tendremos que hacerlo.

Luego, sin embargo, tu amiga, que es tan atractiva como tú -y con quien me imagino haciendo entonces un trío-, viene y te llama, invocándote, separándote de mi. Y no sé porqué, en ese momento llega de nuevo a tu lado tu ex novio, quien no se ha ido del club, y ha estado allí desde que hablaste con él, hace casi cuarenta minutos. Discutes un poco con él, mientras la amiga se aleja, con cara de fastidio, y a los seis minutos él te toma de la mano, llevándote hacia los baños. Pasas enfrente mío, con vergüenza, pidiéndome disculpas, o así me parece, por ir a follar con él al baño.

Y al otro día no recuerdo cómo llegué a casa, ni porqué no estaba enojado, ni molesto al despertarme, y por tanto, al irme a dormir, solo. Pero eso sí, sí, me doy cuenta de que me encantaba, me fascinaba por completo la idea de acostarme contigo, e irme al otro día de la ciudad, como hago entonces, sin que tú lo supieras, así, despechada, sexo súbito, como en El ultimo tango en París, así, sin más. Y es irónico: hace ya casi diez años que la primera novia a la que quise me lo hizo así, acostándose, una noche, apenas un par de días después de que nos separamos temporalmente, tras una discusión, con un camarero que acababa de conocer, aún incluso más joven que nosotros, ebria de tequila y de despecho. Habiéndome lastimado mucho, demasiado, ahora, quizás por exorcizarlo el inconsciente, hallo la idea terriblemente sublime.

El paraíso. Seguro que sí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario