viernes, 22 de abril de 2016

La primavera ha llegado.

La vista en el viaje en tren es encantadora: resplandece el verde, azuzado por la tenue luz del sol de la primavera. Los árboles se alzan en filas, como pacíficos soldados, como dulces servidores, como tranquilos guardianes de esta calma campestre. Casi puedo oler su tibio aroma. Y a veces se observan vacas, ganado, pequeñas casas, o pequeñas granjas con utensilios olvidados en el césped. Y a veces, también, personas que parecen arar, o estar revisando los cultivos, o incluso, a veces, observando el camino, las vías, como si esperaran a alguien, que viene en un tren, detrás del nuestro.

Es deliciosa, claro, esta calma. Usualmente. Sí, porque este clima de primavera, finalmente dejando atrás, lentamente, el frío y los vientos de invierno, le deberían poner a uno de excelente humor. Y todo mundo está de excelente humor. Todo evoca alegría, fiestas, noches iluminadas, y tiempos de placer.

Pero no para mí. Yo viajo con el pensamiento sacudido, agitadísimo. Tengo la mente atolondrada por momentos, perdida, sin poder hilar pensamiento alguno. Tengo la mente, en otro instante, llena de sangre, llena de impulsos, de pensamientos involuntarios provocados por los celos, por la paranoia, por la frustración, por la negatividad. Siento que hiervo. Y me consumo en medio segundo, o dos. Y después me sumo en la tristeza, en la profunda negatividad, tremendamente negativo. fatalista. 


Y de nuevo se repito en mi el ciclo, mientras, los demás, sonríen, por que la primavera ha llegado ya.

domingo, 17 de abril de 2016

Por que eres y no.

Amanezco algo tarde, en un domingo más bien gris, y me doy inmediata cuenta de que me siento muy triste y melancólico. Involuntario, por supuesto. Me pregunto por qué por un segundo, y al siguiente, te recuerdo. Claro, estoy triste debido a que me lacera pensar en ti, incluso cuando no pienso en ti.

Mi problema es que no eres algo que pueda dejar ir: eres un recuerdo que sigue y sigue existiendo, porque no te acabas de ir de mi vida. Por que a veces parece que quizás vienes conmigo, y a veces que te vas finalmente. Sí pero no. 

A veces me digo que sólo juegas conmigo. Eso me haría las cosas más fáciles: te echaría la culpa a ti por mentirme, a mi por tonto, y ya está. Nada de dramas, nada de esperanzas, nada de melancolías, de tardes tristes. Nada de esperas, de días en silencio repentino, de incertidumbres. Se resolvería todo nuestro asunto, sí, con cierta amargura, no te lo niego, pero al menos el ciclo se cerraría finalmente. Y cada quien a su vida común y tan cotidiana, a lo de siempre, con eventual calma.

Pero no es así, por que me quieres pero no me quieres, por que te gustan mis besos y no, porque te gusta mi personalidad pero te da miedo. Por que te gusta el riesgo pero te da miedo venir conmigo. Por que no te atreves a dejar a ese otro, y a esa relación insatisfactoria pero a la que estás tan, tan acostumbrada. Por que escuchas demasiado a tu madre, y por que escuchas demasiado a tus amigas también. Y al cabo, por que me dices que complico tu vida pero no me dejas irme de ella.


Por que eres y no. Por que no acabas de acabar.