martes, 29 de diciembre de 2015

Cómo dejar ir

Cómo dejar ir esos deseos tan enraizados ya, tan intensos, tan llenos de sangre y de sueños? Cómo aceptar que, a veces, en la vida, se pierde de las maneras más absurdas, más ilógicas y, quizá, más injustas?

Cómo poder aceptar que una y otra, y otra vez sean los paradigmas sociales los que impongan la pauta, los que marcan un camino que se sigue siempre sí-o'sí, y que sea el status quo el que se imponga, absoluto, ridículo, por encima de las pasiones, de los deseos, de los planes, de las necesidades emocionales?

Cómo aceptar que los pasaportes siguen pesándole tanto al mundo, al final de cuentas?

miércoles, 16 de diciembre de 2015

A veces me pregunto, entre tantos hombres.

A veces me pregunto: entre tantos hombres que conoces, no te gustarán demasiado algunos dos o tres?

Porque, sabes, por lo que me comentaste la vez última, conoces a gente que son directores de empresas, altos supervisores, y demás hombres que son un poco mayores a nosotros, y que, estando solteros, o divorciados, o casados incluso, han llegado a pensar que su dinero y su poder lo es todo.

Me haces recordar a alguien más, que llevaba tu nombre, que sucumbió un par de veces a este tipo de hombres. Recuerdo, por ejemplo, aquella vez en que conoció a aquel hombre de cuarenta años, que trabajaba en la embajada de algún país de América Latina, quien le regaló una pulsera más o menos cara, lo que causó que ella le besara con fuego y después le regalara a su vez su desnudez.

Me imagino, paranoico como nunca, porque como nunca he deseado tanto a nadie más como a ti, que el dueño tiene un hijo, y que el hijo se ha fijado en ti. Que quizás no es demasiado carismático, ni demasiado agradable, ni demasiado agraciado, pero que tiene buen poder, manda sobre la empresa, sub director, y que cuenta con ese cinismo que te gusta, encima de otras características (porque no me queda claro que el dinero te motive demasiado).

Me imagino que es así que alguien se ha apurado a comprometerse contigo, para retenerte, para mantenerte a su lado, porque te desea, porque sabe que el dinero es un excelente afrodisiaco, pero que la promesa de estabilidad lo es, quizás, en el fondo, algo más - al menos durante las horas diurnas.

martes, 15 de diciembre de 2015

Decido al fin enviarte un mensaje.

Decido al fin enviarte un mensaje, un mensaje desde muy lejos, para recordarte que no eres solamente un juego, un juguete, para mi. Te recuerdo, nuevamente, que puedo estar contigo si asi lo deseas, no solamente como simple juego fortuito. Si, de nuevo aquel mensaje, tras el cual, la vez pasada te hiciste desaparecer de mí, escondiéndote (y recuerdo, entonces, esa parte, en ese mensaje, en el que te decía que "no te amo, pero estoy dispuesto a estar contigo", que probablemente era innecesaria).

Lo mando de nuevo, nervioso. Después me distraigo en otras tantas cosas, por supuesto. Pero después, en la noche, me viene una pesadilla, la de observar que finalmente, en cierta forma, ese mensaje, ha causado que desaparezcas esta vez, sí, definitivamente, de mí. Que has cambiado de correo, de perfil, de teléfono. Como si hubieras ido a vivir a Marte. Pero sé que sigues aquí, en alguna parte, en alguna pequeña ciudad quizás. Y en mi pesadilla, desesperado, lleno de frustración, le llamo a mi mejor amigo diciéndole que todo se ha perdido, que te he acabado de perder en ese uno por ciento, para siempre.

Después llega el sol, por la mañana, y el sonido de un autobús local que le toca el claxon a otro, probablemente furioso, enojado, me despierta. Y entonces busco, con los ojos todavía adormecidos, mi teléfono, con mi mano trémula, con ansiedad. Me parece, en la vigilia, que sí le he enviado aquel mensaje a mi mejor amigo, y que aún no me responde tampoco. Lo encuentro, y lo abro: veo que sigues allí, que no me has borrado de tu vida en ese uno por ciento.

Pero entonces, como si buscara imperfecciones y males peores, me imagino que, lejos de mi, con un amor imperfecto como el que tienes, con esa relación que roza lo patológico, puedas conocer, en algún instante, a alguien de quien te enamores. Y ropas tu compromiso, sólo que no por mí, sino por alguien más.

Por que descubro, que, a final de cuentas, me sigues doliendo, más de lo que yo esperaría.

viernes, 11 de diciembre de 2015

El apartamento de siempre

En la prisa del momento escogí quedarme en el apartamento en el que me suelo quedar en Praga usualmente, cerca de la estación de autobuses, que tan bien me viene en esa cercanía, tan práctico, con todo y su cafetera espresso, sus cortinas gruesas y esa calma que me permiten dormir más allá de las diez o once de la mañana con toda calmita.

Pero cuando llego y me planto frente a él, tras sentir una pequeña ansiedad al caminar por estas calles que tanto conozco, me siento inesperadamente incómodo, como si algo me molestara, como si alguna muela del juicio sacudiera a mi mente, a mi ánimo, dejándome intranquilo. Frunzo el ceño sin desearlo, y me siento aún más perplejo. Qué es lo que me pasa?

Me reciben en la recepción, me sonríen de manera tan impersonal como de costumbre, ellos, tratando de ser tan amables. Y camino por ese pasillo que ya tanto conozco. Meto la llave vieja, la hago girar, y después empujo la puerta. Y me recibe el olor a aromatizante, a jazmines esta vez, me parece, y reconozco esa ventana amplia, con sus cortinas pesadas, con su cama amplia, con el sofá beige oscuro, la lámpara roja en la esquina, la alfombra café clara. Me siento familiarizado, claro, pero no es un sentimiento de calma. Es más bien un sentimiento de ligero dolor.

Y me acuerdo que aquí estuve, la vez última, quizás mi vez octava, cuando decidiste de nuevo, finalmente, que no querías estar conmigo. Que, sencillamente, por mucho que detestaras a tu novio, te ibas a casar con él. Que, sencillamente, un día, así, sin más, no querías estar más conmigo, y me lo dijiste en mi cara. "Quería para ya no quiero, entiendes?". Y me duele, me lastima, siento un impulso incontenible de suspirar en mi amargo recuerdo de ti, de esas palabras.

Y salgo de pronto, impulsado por el dolor de un pasado que sigue allí, porque tu ausencia sigue en mi, conmigo, a cada instante, en cada paso que doy por Praga, en cada paso que he dado por Poznan, por Wroclaw, por Gdansk. Reconozco la calle que tomo ahora, y recuerdo que la recorrí una noche, o dos, o tres, y que la vez que recuerdo fue, justamente, aquella vez. Y recuerdo que mientras caminaba, justamente en esta calle, en la noche, a las diez y media de la noche, en total calma del otoño, me dijiste, preludio de mi dolor, que "quizás esta vez se nos fue la oportunidad para siempre". Y tenías razón, no porque así fuera, sino porque así lo hiciste, así le diste forma en nuestra realidad.

Camino, camino, y tomo calles distintas. Huyo, huyo de esas calles recorridas, de edificios recorridos, como, ya lo sé ahora, tomaré otra habitación en alguna otra parte, porque sencillamente todavía me duele mucho, muchísimo, que no estés conmigo. Y es que cada recuerdo, cada recuerdo malo, de aquella noche, de aquel día, de aquella madrugada, me sigue entrando en la piel, en los intestinos, en la boca del estómago, como un fierro frío, gélido, que me entra de golpe, sin afilar, brutalmente, maquinalmente, hasta lo más hondo de mi vulnerabilidad emocional.

miércoles, 9 de diciembre de 2015

Qué me importa

Era ahora o nunca. Pero yo no lo sabía, como tampoco tú lo sabías, aunque acaso lo sospechabas a veces. Y así, sin darnos cuenta, tiramos nuestros dados, movimos nuestras piezas. Así, sin seriedad, sin expectativas, solo divirtiéndonos un poco cada día. Nos alegrábamos, nos provocábamos, a cada instante.

Pero las cosas cambian. Quizás uno no cambia tanto en tan poco tiempo, pero cambian las expectativas. Y el tenernos en la intimidad había sido insuficiente, eventualmente, y acaso quizás sólo un pretexto. Pero seguimos jugando hasta que empezamos a lastimarnos, sin darnos cuenta de que las reglas del juego habían cambiado, que nos habían rebasado, que habían trascendido esa impersonalidad por la que tanto pugnabas, esa con la que yo estaba tan en paz, libre, según yo, para perseguir a un o dos amores platónicos.

Al final huiste como yo quise huir de ti cuando sentí peso emocional alguna vez en el pasado, siendo asegurado de que todo estaba bien, en orden, no cariño, no necesidad emotiva. Y huiste hacia lo que, creo, será un suplicio para ti, pese a que tus padres y familia y amigos te lo aplaudan.

Y qué importa si al final del día, te das cuenta de que eso, huir de mi, cuando te hice darte cuenta de que las reglas del juego habían cambiado? Qué me importa que se observen tus padres y tu familia y tus amigos en silencio, avergonzados, de haberte azuzado a irte con él, sólo porque sonaba bonito en papel? Qué me importa que hagas de tu vida un infierno después, aún peor que ahora lo tienes, con la esperanza de cambiarlo, a él, que es tan egocéntrico de una manera tan ridícula y estúpida?

Qué me importa si al final me pierdo tu cinismo, y tu inteligencia, y tu cariño y tus besos?

lunes, 7 de diciembre de 2015

El villano

Alguna vez conoces a alguien que te gusta porque tiene un rostro bellísimo, y porque, sobre y ante todo, te mata y te conquista su expresión de ligera melancolía, de estar perdida en sí misma y en algún problema demasiado personal, y porque parece estar tan lejos de ti y de todos los presentes. Te le acercas, y le hablas, y al poco tiempo, tras verter un poco de ti mismo, de tus palabras graciosas y palabras simples pero honestas, logras que levante la vista hacia ti, con una pequeñísima e involuntaria sonrisa.

Logras que te permita acompañarla hasta su casa. Y caminas y confiesas algún pecado, o dos. Y algunas desventuras también. Lo haces porque crees que nada puedes ganar con ella, porque está ocupada, por que le pertenece a alguien mas. Y la escuchas, con sus confesiones que ella vierte, quizás también sin desearlo, contigo. Te cuenta por momentos, como pequeños comerciales, pequeñas cosas lindas por hacer, para luego volver a hablar de esperanzas rotas que son descritas como acontecidas hace años, pero que te suenan a ayer apenas. Y te dice también que hay muchas ventajas acerca de quedarte, viajero perenne, en esta ciudad, porque todas las mujeres estarán locas por ti.

Pero el tiempo pasa, y aquel a quien ella adora, o crees que adora, vuelve al final, y ella parece desaparecer. Un día te la encuentras pero ella no puede dejar de recordarte que todo su tiempo es para él, y sólo para él. Pero tú la quieres de amiga, así que sigues vertiendo un poco de ti, de tus bromas, de tus palabras dulces, divertidas. Logras que ella quiera verte de nuevo, amigos, así que traerá a su novio. La logras ver, a ella, perfectamente maquillada, perfectamente ataviada, con su novio, que te echa una mirada profunda encima, sospechando quizás, como si quisiera leerte. Te sientes incómodo, pero permaneces estoico, y les sonríes, hablas con ellos un poco, y les ignoras después. Y ella se da cuenta.

Tras eso, ella acude a ti, a decirte, casi pedirte, que vuelvas a su ciudad. Te pide que traigas experiencias, y bebidas exóticas, y mucho más. Te recuerda varias veces, conforme pasa el tiempo, que la ciudad te espera, que la gente pregunta por ti, aunque ella no es una mujer romántica, que no extraña a nadie. Que podrá beber contigo una botella de vino contigo, solos. Y luego te dice que no olvides que tiene novio. Y después, cuando tardas mas en llegar, parece comenzar a ignorarte.

Llegas finalmente de nuevo a donde ella está, pero te dice que está ocupada con su novio. Y después te dice que espera verte una vez más, antes de irse, de que el amor la lleve a otra ciudad, con los planes recién cambiados, mientras ella espera el día en que siga a aquel a quien tanto parece querer. Se ven, pero notas que tiene miedo, y cambia la hora una y otra vez. Finalmente se encuentran, y lees en su lenguaje corporal que tiene miedo y reserva frente a ti. No puedes leer que la intimidas, inseguro, tan inseguro. Hablan mucho, y le haces recordar que tienen que tomar una botella juntos. Pero la botella no se termina, al mismo tiempo que te duele que se vaya, a la media noche, mientras sientes, al final, tras muchas confesiones suyas y confesiones que no querías contarle, que podrías adorarla. Mas ella tiene novio, no lo olvides.

Quieres verla una ocasión más, para cenar o para tomar otra botella. Ella se niega, juguetonamente, como si quiera que insistieras un poco. Insistes. Ella se niega, pero sonríe más. Lo sientes. Te dice que si la quieres ver de nuevo, que vuelvas una vez más a su ciudad, que te esperan varias botellas a su lado. Que te espera una última vez antes de irse, finalmente, con él. Se lo prometes, en medio de una broma, al mismo tiempo que ella te dice que quiere adorarte, pero sólo en la alcoba, solo en la desnudez de los cuerpos. Te confundes, tú, que pensabas que ella quizás tenía problemas en su relación, y quería dejar al novio. Superas el remordimiento, sin embargo, porque ella te encanta. O, más bien, lo mantienes bajo control, pero pensando mal de ti mismo constantemente.

Ella te enseña a necesitarla, lentamente, pero sin pausa. Hace que la recuerdes cada noche, que la recuerdes en cada mañana, aunque estén lejos, por una pequeña temporada. Te confiesa pecados escandalosos, herejías deliciosas, que te hacen espantarte pero desearla más con su cinismo y su inteligencia, que ella, a su vez, te dice que adora en ti. Juegan, entre fotos, y palabras sexuales, provocadoras, hasta que ella, quizás sin quererlo, comienza a verter un poco de su alma en ti, aunque sin darse cuenta. Y te cuentas de algunos dolores, te algunas decepcionas, aunque huye a decir que no debería habértelo dicho, que sabes demasiado.

Se vuelven a ver. Ella te ha prometido amarla en la alcoba. No sabes que ya la adoras, que tu remordimiento sigue allí. Ella no se ha dado cuenta de que se ha enamorado de ti un poco, de que sentiría miedo de verte de nuevo, que se pondría nerviosa, de que al besarte sentiría que la quemaban por dentro, y que el deseo le nacía de manera intensísima, y de que, empero, sentiría remordimiento al ser poseída por ti, huyendo, con la promesa o pretexto de verte una vez más, para devorarse el uno al otro.

Entonces te pide que le des tu punto de vista sobre su novio. Te dice que no puede dejarlo porque es perfecto, porque es un semi dios. Que tendría a su madre, a su familia, a sus amigas en contra, quienes creen que es un Prometeo, un Hércules. Que la ha lastimado, que la ignora a menos de que otro hombre quiera tenerla. Y recuerdas hasta entonces que su cinismo al hablarle de otras mujeres eran quizás celos, no sólo ego herido. Y te das cuenta también de que ha comenzado a retraerse en sí misma, ahora que ha dejado en claro todo lo vulnerable que por dentro es.

Y tras algunos celos mutuos sin control, ella se va con aquel a quien ella decía amar. Y te ignora, sin dejar de prometer verte una vez más, fijando incluso la fecha. Sufres el no tenerla, el amarla sin saberlo, el desearla tan lejos, mientras alguien mas se bebe su boca. Viajas buscando enamorarte de un amor platónico que te ha durado años, pero es una ilusión barata y superflua. Y la adoración que tienes por ella hace que te resulte imposible enamorarte, ahora que ya estás enamorado.

Y te rompe el corazón y todo lo que llevas por dentro, los intestinos, el hígado, el páncreas, al cancelarte, al verse esa supuesta última vez, al confesarte que va a casarse, mostrándote el anillo para que no dudes de ella. El hallarte tan lastimado, a diferencia de otras veces, no hace que la insultes, que la hagas poca cosa, sino que hace que te des cuenta de que estas perdido por ella, de que la extrañas. Le reclamas sin lastimarla. Ella te dice que ella sabe que nunca fue para ti más que un reto. Lo aceptas, y le dices que lo fue pero que ya no lo es. Y siendo más honesto que ella, le dices que nunca estuviste cerrado a estar con ella, y que el día que ella deje a aquel con quien ahora vive, vas a querer con todas tus fuerzas estar a su lado. Y ella desaparece tras este último mensaje, apesadumbrada por su miedo o por tu presión emocional.

Te ignora por meses, incluida esa vez en que te paraste dos días en su pequeña, lejana ciudad, para que ella supiera que no estabas mintiendo, que de verdad quieres estar con ella, mostrándole que vas a mover el cielo y la tierra por ella. Te ignora cuando le mandas diversos mensajes, incluso aquellos que le enviabas cuando estabas borracho, en que le recordabas, alegremente, alcoholizado, lo mucho que recuerdas sus deliciosos besos.

Un día te contesta, sorprendida, y diciendo que deberías olvidarla. Le dices, lleno de aliento, que nunca lo harás, que sabes que ella te desea. Escondes tu cariño, ese cariño casi adolescente por ella, y vuelves a todo tu cinismo. No desencajas del todo, porque ella se muestra cínica, decidida a verte una última vez, pero siendo un poco distante. Te das cuenta de que por momentos es un juego de egos. No quieres adelantarte.

Un día te enteras que la boda va esta vez en serio. Y lees que ella te dice que quizás tu oportunidad se ha ido para siempre, que la dejaste escapar. Presionas y ella cede un poco. Hasta que intentas obligarla a verte en su pueblo. Y ella explota y te dice que quiso estar contigo pero que ya no, que le ha prometido amor a su novio, a su futuro esposo, que nada hará que pudiera herirlo en lo futuro. Que lo entiendas.

Y te das cuenta de que ese remordimiento que tenías al principio ya no existe, claro. Que pensabas que serías el villano, ja.