viernes, 11 de diciembre de 2015

El apartamento de siempre

En la prisa del momento escogí quedarme en el apartamento en el que me suelo quedar en Praga usualmente, cerca de la estación de autobuses, que tan bien me viene en esa cercanía, tan práctico, con todo y su cafetera espresso, sus cortinas gruesas y esa calma que me permiten dormir más allá de las diez o once de la mañana con toda calmita.

Pero cuando llego y me planto frente a él, tras sentir una pequeña ansiedad al caminar por estas calles que tanto conozco, me siento inesperadamente incómodo, como si algo me molestara, como si alguna muela del juicio sacudiera a mi mente, a mi ánimo, dejándome intranquilo. Frunzo el ceño sin desearlo, y me siento aún más perplejo. Qué es lo que me pasa?

Me reciben en la recepción, me sonríen de manera tan impersonal como de costumbre, ellos, tratando de ser tan amables. Y camino por ese pasillo que ya tanto conozco. Meto la llave vieja, la hago girar, y después empujo la puerta. Y me recibe el olor a aromatizante, a jazmines esta vez, me parece, y reconozco esa ventana amplia, con sus cortinas pesadas, con su cama amplia, con el sofá beige oscuro, la lámpara roja en la esquina, la alfombra café clara. Me siento familiarizado, claro, pero no es un sentimiento de calma. Es más bien un sentimiento de ligero dolor.

Y me acuerdo que aquí estuve, la vez última, quizás mi vez octava, cuando decidiste de nuevo, finalmente, que no querías estar conmigo. Que, sencillamente, por mucho que detestaras a tu novio, te ibas a casar con él. Que, sencillamente, un día, así, sin más, no querías estar más conmigo, y me lo dijiste en mi cara. "Quería para ya no quiero, entiendes?". Y me duele, me lastima, siento un impulso incontenible de suspirar en mi amargo recuerdo de ti, de esas palabras.

Y salgo de pronto, impulsado por el dolor de un pasado que sigue allí, porque tu ausencia sigue en mi, conmigo, a cada instante, en cada paso que doy por Praga, en cada paso que he dado por Poznan, por Wroclaw, por Gdansk. Reconozco la calle que tomo ahora, y recuerdo que la recorrí una noche, o dos, o tres, y que la vez que recuerdo fue, justamente, aquella vez. Y recuerdo que mientras caminaba, justamente en esta calle, en la noche, a las diez y media de la noche, en total calma del otoño, me dijiste, preludio de mi dolor, que "quizás esta vez se nos fue la oportunidad para siempre". Y tenías razón, no porque así fuera, sino porque así lo hiciste, así le diste forma en nuestra realidad.

Camino, camino, y tomo calles distintas. Huyo, huyo de esas calles recorridas, de edificios recorridos, como, ya lo sé ahora, tomaré otra habitación en alguna otra parte, porque sencillamente todavía me duele mucho, muchísimo, que no estés conmigo. Y es que cada recuerdo, cada recuerdo malo, de aquella noche, de aquel día, de aquella madrugada, me sigue entrando en la piel, en los intestinos, en la boca del estómago, como un fierro frío, gélido, que me entra de golpe, sin afilar, brutalmente, maquinalmente, hasta lo más hondo de mi vulnerabilidad emocional.

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