lunes, 7 de diciembre de 2015

El villano

Alguna vez conoces a alguien que te gusta porque tiene un rostro bellísimo, y porque, sobre y ante todo, te mata y te conquista su expresión de ligera melancolía, de estar perdida en sí misma y en algún problema demasiado personal, y porque parece estar tan lejos de ti y de todos los presentes. Te le acercas, y le hablas, y al poco tiempo, tras verter un poco de ti mismo, de tus palabras graciosas y palabras simples pero honestas, logras que levante la vista hacia ti, con una pequeñísima e involuntaria sonrisa.

Logras que te permita acompañarla hasta su casa. Y caminas y confiesas algún pecado, o dos. Y algunas desventuras también. Lo haces porque crees que nada puedes ganar con ella, porque está ocupada, por que le pertenece a alguien mas. Y la escuchas, con sus confesiones que ella vierte, quizás también sin desearlo, contigo. Te cuenta por momentos, como pequeños comerciales, pequeñas cosas lindas por hacer, para luego volver a hablar de esperanzas rotas que son descritas como acontecidas hace años, pero que te suenan a ayer apenas. Y te dice también que hay muchas ventajas acerca de quedarte, viajero perenne, en esta ciudad, porque todas las mujeres estarán locas por ti.

Pero el tiempo pasa, y aquel a quien ella adora, o crees que adora, vuelve al final, y ella parece desaparecer. Un día te la encuentras pero ella no puede dejar de recordarte que todo su tiempo es para él, y sólo para él. Pero tú la quieres de amiga, así que sigues vertiendo un poco de ti, de tus bromas, de tus palabras dulces, divertidas. Logras que ella quiera verte de nuevo, amigos, así que traerá a su novio. La logras ver, a ella, perfectamente maquillada, perfectamente ataviada, con su novio, que te echa una mirada profunda encima, sospechando quizás, como si quisiera leerte. Te sientes incómodo, pero permaneces estoico, y les sonríes, hablas con ellos un poco, y les ignoras después. Y ella se da cuenta.

Tras eso, ella acude a ti, a decirte, casi pedirte, que vuelvas a su ciudad. Te pide que traigas experiencias, y bebidas exóticas, y mucho más. Te recuerda varias veces, conforme pasa el tiempo, que la ciudad te espera, que la gente pregunta por ti, aunque ella no es una mujer romántica, que no extraña a nadie. Que podrá beber contigo una botella de vino contigo, solos. Y luego te dice que no olvides que tiene novio. Y después, cuando tardas mas en llegar, parece comenzar a ignorarte.

Llegas finalmente de nuevo a donde ella está, pero te dice que está ocupada con su novio. Y después te dice que espera verte una vez más, antes de irse, de que el amor la lleve a otra ciudad, con los planes recién cambiados, mientras ella espera el día en que siga a aquel a quien tanto parece querer. Se ven, pero notas que tiene miedo, y cambia la hora una y otra vez. Finalmente se encuentran, y lees en su lenguaje corporal que tiene miedo y reserva frente a ti. No puedes leer que la intimidas, inseguro, tan inseguro. Hablan mucho, y le haces recordar que tienen que tomar una botella juntos. Pero la botella no se termina, al mismo tiempo que te duele que se vaya, a la media noche, mientras sientes, al final, tras muchas confesiones suyas y confesiones que no querías contarle, que podrías adorarla. Mas ella tiene novio, no lo olvides.

Quieres verla una ocasión más, para cenar o para tomar otra botella. Ella se niega, juguetonamente, como si quiera que insistieras un poco. Insistes. Ella se niega, pero sonríe más. Lo sientes. Te dice que si la quieres ver de nuevo, que vuelvas una vez más a su ciudad, que te esperan varias botellas a su lado. Que te espera una última vez antes de irse, finalmente, con él. Se lo prometes, en medio de una broma, al mismo tiempo que ella te dice que quiere adorarte, pero sólo en la alcoba, solo en la desnudez de los cuerpos. Te confundes, tú, que pensabas que ella quizás tenía problemas en su relación, y quería dejar al novio. Superas el remordimiento, sin embargo, porque ella te encanta. O, más bien, lo mantienes bajo control, pero pensando mal de ti mismo constantemente.

Ella te enseña a necesitarla, lentamente, pero sin pausa. Hace que la recuerdes cada noche, que la recuerdes en cada mañana, aunque estén lejos, por una pequeña temporada. Te confiesa pecados escandalosos, herejías deliciosas, que te hacen espantarte pero desearla más con su cinismo y su inteligencia, que ella, a su vez, te dice que adora en ti. Juegan, entre fotos, y palabras sexuales, provocadoras, hasta que ella, quizás sin quererlo, comienza a verter un poco de su alma en ti, aunque sin darse cuenta. Y te cuentas de algunos dolores, te algunas decepcionas, aunque huye a decir que no debería habértelo dicho, que sabes demasiado.

Se vuelven a ver. Ella te ha prometido amarla en la alcoba. No sabes que ya la adoras, que tu remordimiento sigue allí. Ella no se ha dado cuenta de que se ha enamorado de ti un poco, de que sentiría miedo de verte de nuevo, que se pondría nerviosa, de que al besarte sentiría que la quemaban por dentro, y que el deseo le nacía de manera intensísima, y de que, empero, sentiría remordimiento al ser poseída por ti, huyendo, con la promesa o pretexto de verte una vez más, para devorarse el uno al otro.

Entonces te pide que le des tu punto de vista sobre su novio. Te dice que no puede dejarlo porque es perfecto, porque es un semi dios. Que tendría a su madre, a su familia, a sus amigas en contra, quienes creen que es un Prometeo, un Hércules. Que la ha lastimado, que la ignora a menos de que otro hombre quiera tenerla. Y recuerdas hasta entonces que su cinismo al hablarle de otras mujeres eran quizás celos, no sólo ego herido. Y te das cuenta también de que ha comenzado a retraerse en sí misma, ahora que ha dejado en claro todo lo vulnerable que por dentro es.

Y tras algunos celos mutuos sin control, ella se va con aquel a quien ella decía amar. Y te ignora, sin dejar de prometer verte una vez más, fijando incluso la fecha. Sufres el no tenerla, el amarla sin saberlo, el desearla tan lejos, mientras alguien mas se bebe su boca. Viajas buscando enamorarte de un amor platónico que te ha durado años, pero es una ilusión barata y superflua. Y la adoración que tienes por ella hace que te resulte imposible enamorarte, ahora que ya estás enamorado.

Y te rompe el corazón y todo lo que llevas por dentro, los intestinos, el hígado, el páncreas, al cancelarte, al verse esa supuesta última vez, al confesarte que va a casarse, mostrándote el anillo para que no dudes de ella. El hallarte tan lastimado, a diferencia de otras veces, no hace que la insultes, que la hagas poca cosa, sino que hace que te des cuenta de que estas perdido por ella, de que la extrañas. Le reclamas sin lastimarla. Ella te dice que ella sabe que nunca fue para ti más que un reto. Lo aceptas, y le dices que lo fue pero que ya no lo es. Y siendo más honesto que ella, le dices que nunca estuviste cerrado a estar con ella, y que el día que ella deje a aquel con quien ahora vive, vas a querer con todas tus fuerzas estar a su lado. Y ella desaparece tras este último mensaje, apesadumbrada por su miedo o por tu presión emocional.

Te ignora por meses, incluida esa vez en que te paraste dos días en su pequeña, lejana ciudad, para que ella supiera que no estabas mintiendo, que de verdad quieres estar con ella, mostrándole que vas a mover el cielo y la tierra por ella. Te ignora cuando le mandas diversos mensajes, incluso aquellos que le enviabas cuando estabas borracho, en que le recordabas, alegremente, alcoholizado, lo mucho que recuerdas sus deliciosos besos.

Un día te contesta, sorprendida, y diciendo que deberías olvidarla. Le dices, lleno de aliento, que nunca lo harás, que sabes que ella te desea. Escondes tu cariño, ese cariño casi adolescente por ella, y vuelves a todo tu cinismo. No desencajas del todo, porque ella se muestra cínica, decidida a verte una última vez, pero siendo un poco distante. Te das cuenta de que por momentos es un juego de egos. No quieres adelantarte.

Un día te enteras que la boda va esta vez en serio. Y lees que ella te dice que quizás tu oportunidad se ha ido para siempre, que la dejaste escapar. Presionas y ella cede un poco. Hasta que intentas obligarla a verte en su pueblo. Y ella explota y te dice que quiso estar contigo pero que ya no, que le ha prometido amor a su novio, a su futuro esposo, que nada hará que pudiera herirlo en lo futuro. Que lo entiendas.

Y te das cuenta de que ese remordimiento que tenías al principio ya no existe, claro. Que pensabas que serías el villano, ja.

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