lunes, 22 de agosto de 2016

Soñé contigo de nuevo

Soñé contigo de nuevo, y te soñé en el pasado, en un pasado doloroso, por que en ese pasado aún no estabas casada. En ese pasado, estábamos ambos en el lugar de la recepción de tu boda, justo antes de que eso tuviera lugar. Yo corría, por allí, buscándote, intentando encontrarte, para evitar que te volvieras la esposa de alguien más.

Al fin, entre jardines, entre pequeños salones, entre gente que iba vestida para una fiesta magnífica, y a quienes no conozco ni deseaba conocer, me encontraba a su hermano. Sólo que su hermano parecía español, como siempre me imaginé a aquel a quien adorabas hace tiempo, a quien me dijiste que rompió to corazón luego de acostarse contigo innumerables veces. Me veía, sorprendido, reconociéndome, sin conocerme: aquel otro que te adora, aquel que no debería estar aquí, en este día de tu boda, para detenerla, para evitar que te cases con su hermano. 

Él me veía entonces, es silencio, y con gran asombro, y también con algo de confusión, sin saber a ciencia cierta qué hacer, cómo proceder frente a mi. Yo me perdía también en ese silencio, y el que yo no pudiera moverme, debido a estar frente a él, rodeado de su silencio, frente a su traje negro, perfectamente planchado, y me quedaba atado a su lado, a su autoridad.

De pronto, aparecías, con prisa, atrás de él, con tu vestido blanco. Cosa curiosa: no me causaba dolor verte vestida de blanco toda. Venías sonriendo, como si le hubieras dicho algo a alguien, a tu espalda, y ahora, al volver la cabeza, al verme, te quedabas pálida, sin saber que decir, incluso sin cerrar la boca. Al vernos, sabíamos que lo nuestro seguía existiendo, y sabías que yo había venido explícitamente a robarte de su lado, de su mundo, para estar conmigo.

Y desperté entonces, a las diez de la mañana, en Poznan, solo, cuatro días después, un simple Lunes, y no pude evitar sentir el estómago ardiendo al recordar que, querida mía, te has casado ya.

jueves, 18 de agosto de 2016

Mi resignación

Me enfrento, finalmente, definitivamente, a no tenerte. La resignación se siente finalmente verdadera, casi la siente cortándome, hundiéndose, como multitud de cuchillos, debajo de mi piel, en mi pecho, en el estómago. Duele de una forma que no me imaginaba: no es la intensidad absurda y desmesurada de lo súbito, sino la que lo hace a uno callar, a llorar en silencio, a lamentarse en la nada.

Recuerdo aquel amargo día, aquel viernes, en que me di cuenta, al lado del mar, en pleno calor veraniego, que te idolatraba más de lo que esperaba. Y el recordarlo, que es algo involuntario, ya no quema de forma caliente, como antes, sino de manera fría. Es sentir que nada tiene sentido, que quizás nada nunca lo tuvo. Que he vivido en la nada, en un sueño que ni siquiera en sí mismo, como mera fantasía, existió. Que mis verdugos, quienes que castigaban, eran imaginarios, y que, si alguien me hubiese visto en ese tormento, al verme, siendo golpeado, pensaría que soy un esquizofrénico.

Pero sé que el dolor fue real, al menos, sí. Y recuerdo entonces ese vacío posterior a darme cuenta de que te idolatraba, que era un vacío de esos que lo ahogan a uno, que lo asfixian, que no le dejan pensar, ni respirar, ni hilar ideas. Siente uno que el peso es tan grande que, se uno se tiene que agachar, apenas pudiendo sostenerse. Se siente el silencio más vacío que de costumbre, y que la soledad lo domina todo. Que la alegría ha sido desterrada de todo y absolutamente todas las cosas. Que la melancolía, una muy honda, una que casi quema, se ha venido a plantar en uno, sin darle a uno descanso, no, nunca, jamás.

Por instantes, no puedo evitar pensar, aún con una pequeña pizca de dulzura, aunque con más pena, en lo que pudo haber sido de nosotros. Me pregunto qué habría sido de mi vida, si hubieras venido conmigo, a Wroclaw. Si me hubieras dejado amarte. Si me hubieras dejado tenerte por completo. Me pregunto si habrías sido capaz, al final de todo, de comunicarme todo lo que eres, de lo que tanto huyes de ti misma. Y en ese sentido, me pregunto si al final de la historia comencé a fastidiarte, a aburrirte, a hacerte perder la paciencia. Es una pregunta sin sentido, por que, al final de cuentas, acabas de casarte. Y para alguien como yo, eso pesa demasiado. Demasiado, demasiado, si.

Una parte de mí se imagina cómo será en este momento tu recepción. Sabes, imaginarme cómo te verás, en vivo, con ese vestido de novia que me mostraste en una foto. Veo, en el reporte del tiempo, que estará lloviendo en Gdansk, que hará mucho viento. Pero me imagino a toda la gente, inundando de acento parisino todo el jardín, las terrazas de algún lugar en donde te casas. Todos estarán bien perfumados, y tu madre se sentirá en la Luna, casi como si ella fuera la que se pudiera casar con un francés (un sueño reprimido, siempre pensé). Todo verde, y tú alegre, quizás no por él, sino por haber cumplido tu sueño, ese, tan polaco, tan obsesivo, de casarte - por ti, no por la relación, no por el amor. Por tu necedad, por tu cobardía, por tu miedo a ser herida, a ser defraudada, a que tu madre te quite, por siempre, de manera total, su aprobación.

Sabes? Intentaré levantarme, pero no será fácil. He venido intentando resignarme por tanto tiempo, sin poder hacerlo del todo. Te lo he dicho ya: Llevo tanto tiempo intentando dejarte atrás, sin poder hacerlo. Y me duele cada intento, por cierto. El que recuerde cosas de ti, de tus viajes con él a Serbia, de tus viajes sola a Holanda, de tu amante, de tus trios, de tu cinismo, de esa pequeña vulnerabilidad que te atreviste a exponer, todo ello, te lo juro, viene a mi, en pequeñas dosis de involuntarios impulsos, recuerdos, evocaciones, como agujas, dolorosas, frías y muy puntiagudas.

Carajo: no puedo evitar pensar, en este momento, en los restaurantes que nos gustaban, en tu calle, en donde vivías en Poznan, sola, gris como el cielo, y el murmullo que suena a nostalgia.

De pronto, siento que una emoción que estaba en alguna parte de mí, reprimida, enjaulada, atrapada, empieza a fluir de pronto. Y lloro por dentro, querida, te lo juro que lloro. Me desgarran estas lágrimas, que no sé si son de sangre, o de qué carajos. E imagino lo que fue, todo lo que paso en cuanto me empece a enamorar de ti, todo lo que esperaba, todo lo que pudo haber sido -tanto!-. Aunque tu estás en este momento en la iglesia, o en la recepción, con tu gorda familia francesa, yo sólo veo los lugares en donde estuvimos, en donde nos besamos, en donde pasó todo. Me imagino esa puta lluvia bajo la que te seguí, bajo la cual te pregunté si jugabas conmigo, con ese silencio que nos envolvía cuando nos besamos brutalmente, culpablemente, afuera de tu piso.

De pronto, me observo: ya no gimo, sólo lágrimas, sangre, sangre del alma, recuerdos, frustraciones, todo sale de mí, en río, en un río ancho, caliente, que quema, que duele, que araña casi al ser arrancado. Querida mía, por que yo estaba enamorado de ti, como pocas putas veces lo estuve, por que realmente te adoraba, desde hace mucho, desde meses antes de que, al final, tan cobarde, decidiera, al cabo, decírtelo.

Y ahora, querida mía, te me vas. Y es para siempre.

Ya te has ido. Te acabas de ir. Señora francesa.


viernes, 5 de agosto de 2016

Y me doy cuenta de que te sigo extrañando

Y alguna vez dejo de salir de fiesta, de beber vodka, de cervezas stout, de hablar con chicas guapas, divertidas, en los clubes, o en los pubs, y de coquetearles, de pasear con ellas hablando de trivialidades, de besarlas jugando, de tener pequeñas aventuras a su lado. Y me doy cuenta en un instante, de que te sigo extrañando, sí, yo, que pensaba que ya estaba separado de tu recuerdo, de la imagen tuya, de la idea de tenerte conmigo, toda la vida.

Por que cuando deseo estar con alguien, de manera intensa, en la sensualidad corporal, sólo te imagino, en verdad, a ti. Recuerdo tus besos que me poseían, recuerdo tu cuello que me invitaba a devorarlo, y tus ojos grandes expresivos, llenos a la vez de curiosidad y de miedo. Recuerdo la suavidad de tu cuerpo, de tu piel deliciosa. Recuerdo también tus piernas fuertes y atléticas, tus caderas bien formadas, y la imagen tuya toda, tan erótica, sin trozos de ropa que me impidan verte tal cual eres, imperfecta pero perfecta para mi. Y en esa involuntaria evocación, tan efímera pero tan amarga, mis labios se separan de los a alguien más, al instante, sintiéndome fuera de sitio, deseoso sólo de ti, frustrado, decepcionado. Melancólico, querida.

Por que cuando estoy en las noches, volviendo a casa, luego de alguna noche de fiesta intensa, o tras alguna pequeña aventura, me acuerdo de ti, de pronto, de la nada, y recuerdo tus palabras, tu cinismo, tus juegos, tus provocaciones verbales, que nunca sabré si eran mentira, si eran juego. Quizás, pienso a veces, eran confesiones de las que luego te desdecías, cobarde, temerosa de haber dado mucho de ti en tus palabras. Y quisiera hablar contigo, hacerte saber que te sigo pensando, que necesito leerte, que necesito saber que me lees, aún, ahora, ya demasiado tarde, por que el tiempo se nos viene encima, y por que los puentes de comunicación los hemos quemado, destruido, fulminado.

Y me pregunto, al final de todo, al final de cuentas, si alguna vez sentiste algo por mi, de forma real. Me pregunto también, entonces, si hay algo que hubiera podido hacer para que estuvieras a mi lado. Contigo, con todo lo que eres, y con tu cuerpo, y ojos, y tu cinismo, sí, con todo y tus pecados absurdos e ilógicos. Sí, aquí, con todo ello. Hoy, mañana, la próxima semana, el próximo año, conmigo.