lunes, 1 de febrero de 2016

Y de qué me sirve

Y me siento entonces en un restaurante que me recomendaron, uno muy bonito, con mucha variedad de platillos, con un renombrado chef, con un menú con altos precios, pero, según me dicen, todo excelente. La iluminación es excelente, el decorado exquisito. La mesera es bellísimas, delgada, castaña clara, con ojos felinos, de amable, coqueta sonrisa.

Después de haber pedido, con apatía involuntaria, un salmón con papas al horno y ensalada, trato de leer la novela que acabo de adquirir, lo último de Milan Kundera. Abro muchos los ojos, de pronto, como si me hubiesen acabado de clavar una aguja en la pierna, la piel siento abierta, y después se me sale un suspiro que tiene la fuerza de un gran bostezo. Como con mucha distracción, con hambre, como una necesidad meramente fisiológica, sin mucho deseo. No me termino el salmon, ni las papas, ni la ensalada. Pago con mi tarjeta negra, y salgo viendo el piso, con la mente perdida.

Y es que me ha llegado tu recuerdo, nuestro recuerdo, ése, del año pasado, y con él, los momentos más dolorosos de mis expectativas, y también los de mi ego lastimado, iracundo en algunos momentos, y también heridas que se me abrieron, que me sangraron, cuando pasó aquello, todo aquello. Y al pasar eso, dejo de disfrutar, dejo de apreciarlo todo. No soy más que sensible al dolor, a la amargura, a la decepción, a la melancolía que lastima, a los anhelos frustrados que tanto laceran mis adentros. 

Casi puedo sentir, en este frío de fines de invierno, el aroma del mar, de la arena, del norte, en el verano, con ese sol tan poderoso, ese calor tan inusual en Europa, y mi soledad, y todo lo que yo era roto, un juguete tan solo. 

Y de qué me sirve, me pregunto en este instante, todo esto que tengo y hago y poseo y puedo hacer cuando me invade tu imagen, tontamente, estúpidamente, sin que yo lo desee, cuando el más pequeño detalle aquí y allá me hace pensarte tanto?