miércoles, 22 de junio de 2016

Detesto los trenes.

Detesto los trenes. Me recuerdan mi viaje, ese, tan horroroso, que hice a Varsovia, llegando de la deliciosa Riga. Es que hacía demasiado calor aquellos días, y yo me asfixiaba. Me indigesté y no podía conseguir el medicamento que me recetaron, y corría, con la cabeza doliéndome, como una gallina loca, por las calles que parecían querer evaporarse.

Por que tomé el tren de Varsovia a Gdansk, sí, a las ocho y media de la mañana, poco más o menos. Sí, recuerdo el tren, que era cómodo. Pero de qué me servía una travesía tranquila, si, recuerdo con dolor, que me ignoraste cuando te mandé una foto de tu pueblo, al cruzar? Y que, al llegar, sintiera que, quizás, no vendrías al final a verme?

Por que, cuando, al cabo, no llegaste, y pasé una noche terrible la noche en que, se suponía, estarías conmigo, tuve que escapar súbitamente de Gdansk, dejando mi piso, pagado, como estaba, hacia otra ciudad. Por que ese viaje fue doloroso, por que tenía el ego pero también las esperanzas sacudidas, quebradas. Por que se sentía más denso el aire, que ya estaba muy caliente en el tren, y por que ni siquiera, como bálsamo, pude obtener un asiento, y me dolían las piernas y las sienes y la dignidad y todo mi ser?

Por que, me parece, que una parte de mí se evaporó por entonces, en ese tren horrible, ruidoso, con aire viciado, con tus palabras que sólo eran eso.

viernes, 17 de junio de 2016

Me imagino a cada instante lo peor

Me imagino a cada instante lo peor. Me imagino que tienes un nuevo amante, que te conseguiste ayer,  recién conocido, en algún bar, cuando estabas de viaje en Berlín. O que nunca me quisiste, en todo este tiempo que duró nuestro affair. Me imagino que yo te distraía de algo más, de alguien más, de algo que realmente te preocupaba, de una tentación a la que te resultaba difícil deshacerte.

Que quizás algún ex novio del pasado regresó, a quien adorabas con gran ardor, y que se había ido a Marruecos, o a Nueva Zelandia, y que acaba de volver. Que finalmente alguien de quien estabas enamorada hace tiempo, en silencio, se ha divorciado, de esa esposa que te lo arrebató, de esa esposa que siempre te estorbó, desde que lo conociste, con gran impotencia y frustración.

Me imagino tantas cosas, en silencio, en tu ausencia, lastimándome a cada minuto, masoquista involuntario. Por que, querida, ese es el poder de la incertidumbre.

Lo que me une a ti

Me digo que quizás es más vacío y soledad mío lo que me une a ti. Por que despierto en un día nublado, húmedo, como el de hoy, y siento que me faltas, aunque nunca te tuve por completo. Por que durante la mañana reviso mis asuntos, mis tareas, mis planes. Y no dejo de pensar en ti.

El silencio lo llenas tú. Mis dudas están hechas de ti. Mis tristezas llevan tu rostro. Salvo, quizás, son las noches en las que no me haces tanta falta. Por que te intento reemplazar en, incluso, una plática en algún pub, con alguna otra como tú, que, ante todo, debe ser diferente a ti. Debe ser rubia, y debe tener la nariz pequeña, y debe tener piernas delgadas, muy delgadas. Debe sonreír al principio de nuestra conversación, relajada, sin más. Quizás incluso un poco tonta. Quizás algo infantil.

Por que, si alguien me recuerda a ti, incluso en alguna pequeña cosa, en el color de cabello preciso, en la forma del rostro, en tu cinismo, desfallezco. Siempre.

jueves, 16 de junio de 2016

Dime. Me pregunto.

Dime de qué puedo llenar mi vida y su doloroso silencio sin tus cínicas palabras. Dime en qué forma puedo vencer a esta soledad, que estaba en mí antes de que llegarás, y que, con tu partir, se ahonda aún más, como doce dagas, en mis pulmones, en el estómago. Dime cómo podré abrirme paso en la vida, concentrarme en mis actividades, motivándome, sin ti, sin tu atención, sin tu apego.

Me pregunto cómo puedo deshacerme de su imagen, a veces tan contradictoria. De la necesidad imperiosa que tengo de ella. De ese vacío que dejó, que yo pensaba, sería varias veces menor. Me pregunto cómo entender, más que aceptar, que nada queda ya, que todo se acabó, y que las esperanzas todas fueron inútiles, inservibles, quizás desde el principio.

Cómo preguntarle qué hacer, a ella, tan ambigua, ahora que se ha ido, sin más, absolutamente.

miércoles, 15 de junio de 2016

Víctima

Te das cuenta de que estás tan, tan acostumbrado a jugar a ser la víctima, que has perdido noción de ello. Hablas, y dices, y criticas. Para ti, tus juicios, ideas y teorías son estrictamente racionales. Pero, para los demás, es claro que hay un tinte de víctima, en todas y cada una. 

Como si fueran ecos, escuchas el por qué. Te sacude. Te das cuenta. Sientes vergüenza, por que, de pronto, sí, allí está ese tono lastimero que no te dabas cuenta que te imponías.

Pero es más: cuando recuerdas tus tragedias, tus traumas, te das cuenta de que has dejado de lado, ignorado, olvidado a propósito, las partes en las que fuiste o un villano, o en las que te fuiste víctima propiciatoria, casi deseándolo. No, es más: te parece, horrible, que tú misma creabas ese papel para ti: el de la víctima, del sufrido, el del que se entrega a la ejecución, incluso si tenías todo para revelarte, para volverte el victimario, el villano, el verdugo.

sábado, 11 de junio de 2016

Te sentías culpable

Sueño con verte de nuevo, en algún pasado que me parece reciente, pero que no lo es tanto así. Y te recuerdo, vestida por completo de negro, como si intentaras añadirle seriedad a tu persona, que es, en realidad, sensible, tímida, aunque a veces nerviosa, y demasiado emocional.

Te imagino cuando huyes de mí: has dejado, de pronto, de verme, de prestarme atención, de acudir a mí, para un café, para una cerveza, o para comer juntos. Pareces huir a propósito. Pareces querer verme, pero siempre hay algo que te surge a cada instante. Cancelas, pospones, vuelves a posponer.

Eso me causa molestia primero, y después, fastidio, coraje, impotencia. Me parece que juegas conmigo. Me parece que no me tomas en serio, y que, es más, soy un payaso. Me parece que ruego por tu tiempo, que tengo que convencerte de verme.

Y al final, eso nos causa el distanciamiento que provoco que no pasara gran cosa importante entre nosotros. Pero recuerdo, también, no sin nostalgia, que me dijeras, tiempo después, ya alejados de este asunto nuestro, que huías de mi por que te sentías culpable. Por que no podías verme, por que sentías algo, más que una simple cosa, al verme. Por que te sentías culpable de emocionarte al verme, a pesar de tener un novio a quien ya no querías como antes.

Y lo peor, es, en realidad, que nunca pude creerte, por mucho que quisiera hacerlo.

jueves, 9 de junio de 2016

Hay una chica al otro lado del café

Hay una chica del otro lado del café, en una mesa que queda casi enfrenta de la mía. Veo que sus ojos café claro, grandes, se clavan en mi. Sólo eso veo de ella, en ella. Y no sé si es curiosidad, o si nos conocemos y yo no la recuerdo, o si sencillamente le gusto. 

Y me imagino entonces hablándole, suavemente, en primera instancia, y cínicamente en la segunda, carismático. Viéndola a los ojos, soltándole bromas, y de pronto, algunos piropos, coqueteos deslizados casi, casi sin querer.  Y después todo, todo eso, todo lo demás.

Me la imagino como aquella que tuve en el mediterráneo. Linda, atenta, que dijo que le dije todo lo que ella quería escuchar, todo en el momento adecuado, y tanto, que parecía que lo tenía yo todo estudiado, a ella toda estudiada. 

Y finalmente, la nada. El vacío, el olvido que se deja caer. Por que no fue más que un objeto de olvido, de placer momentáneo. Hedonismo demasiado efímero. Por que, egoísta, preferí a arrastrar a alguien, indirectamente, a mi amargura, que enfrentarla yo solo.

La chica de enfrente, mientras tanto, se pone de pie. Y la miro, pensando que nunca más la volveré a ver, no, en una ciudad como Praga. Tiene buena figura. Y parece tímida, pese a todo. La veo, esperando el contacto de sus ojos, para sonreírle antes de que se vaya.