miércoles, 22 de junio de 2016

Detesto los trenes.

Detesto los trenes. Me recuerdan mi viaje, ese, tan horroroso, que hice a Varsovia, llegando de la deliciosa Riga. Es que hacía demasiado calor aquellos días, y yo me asfixiaba. Me indigesté y no podía conseguir el medicamento que me recetaron, y corría, con la cabeza doliéndome, como una gallina loca, por las calles que parecían querer evaporarse.

Por que tomé el tren de Varsovia a Gdansk, sí, a las ocho y media de la mañana, poco más o menos. Sí, recuerdo el tren, que era cómodo. Pero de qué me servía una travesía tranquila, si, recuerdo con dolor, que me ignoraste cuando te mandé una foto de tu pueblo, al cruzar? Y que, al llegar, sintiera que, quizás, no vendrías al final a verme?

Por que, cuando, al cabo, no llegaste, y pasé una noche terrible la noche en que, se suponía, estarías conmigo, tuve que escapar súbitamente de Gdansk, dejando mi piso, pagado, como estaba, hacia otra ciudad. Por que ese viaje fue doloroso, por que tenía el ego pero también las esperanzas sacudidas, quebradas. Por que se sentía más denso el aire, que ya estaba muy caliente en el tren, y por que ni siquiera, como bálsamo, pude obtener un asiento, y me dolían las piernas y las sienes y la dignidad y todo mi ser?

Por que, me parece, que una parte de mí se evaporó por entonces, en ese tren horrible, ruidoso, con aire viciado, con tus palabras que sólo eran eso.

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