jueves, 18 de agosto de 2016

Mi resignación

Me enfrento, finalmente, definitivamente, a no tenerte. La resignación se siente finalmente verdadera, casi la siente cortándome, hundiéndose, como multitud de cuchillos, debajo de mi piel, en mi pecho, en el estómago. Duele de una forma que no me imaginaba: no es la intensidad absurda y desmesurada de lo súbito, sino la que lo hace a uno callar, a llorar en silencio, a lamentarse en la nada.

Recuerdo aquel amargo día, aquel viernes, en que me di cuenta, al lado del mar, en pleno calor veraniego, que te idolatraba más de lo que esperaba. Y el recordarlo, que es algo involuntario, ya no quema de forma caliente, como antes, sino de manera fría. Es sentir que nada tiene sentido, que quizás nada nunca lo tuvo. Que he vivido en la nada, en un sueño que ni siquiera en sí mismo, como mera fantasía, existió. Que mis verdugos, quienes que castigaban, eran imaginarios, y que, si alguien me hubiese visto en ese tormento, al verme, siendo golpeado, pensaría que soy un esquizofrénico.

Pero sé que el dolor fue real, al menos, sí. Y recuerdo entonces ese vacío posterior a darme cuenta de que te idolatraba, que era un vacío de esos que lo ahogan a uno, que lo asfixian, que no le dejan pensar, ni respirar, ni hilar ideas. Siente uno que el peso es tan grande que, se uno se tiene que agachar, apenas pudiendo sostenerse. Se siente el silencio más vacío que de costumbre, y que la soledad lo domina todo. Que la alegría ha sido desterrada de todo y absolutamente todas las cosas. Que la melancolía, una muy honda, una que casi quema, se ha venido a plantar en uno, sin darle a uno descanso, no, nunca, jamás.

Por instantes, no puedo evitar pensar, aún con una pequeña pizca de dulzura, aunque con más pena, en lo que pudo haber sido de nosotros. Me pregunto qué habría sido de mi vida, si hubieras venido conmigo, a Wroclaw. Si me hubieras dejado amarte. Si me hubieras dejado tenerte por completo. Me pregunto si habrías sido capaz, al final de todo, de comunicarme todo lo que eres, de lo que tanto huyes de ti misma. Y en ese sentido, me pregunto si al final de la historia comencé a fastidiarte, a aburrirte, a hacerte perder la paciencia. Es una pregunta sin sentido, por que, al final de cuentas, acabas de casarte. Y para alguien como yo, eso pesa demasiado. Demasiado, demasiado, si.

Una parte de mí se imagina cómo será en este momento tu recepción. Sabes, imaginarme cómo te verás, en vivo, con ese vestido de novia que me mostraste en una foto. Veo, en el reporte del tiempo, que estará lloviendo en Gdansk, que hará mucho viento. Pero me imagino a toda la gente, inundando de acento parisino todo el jardín, las terrazas de algún lugar en donde te casas. Todos estarán bien perfumados, y tu madre se sentirá en la Luna, casi como si ella fuera la que se pudiera casar con un francés (un sueño reprimido, siempre pensé). Todo verde, y tú alegre, quizás no por él, sino por haber cumplido tu sueño, ese, tan polaco, tan obsesivo, de casarte - por ti, no por la relación, no por el amor. Por tu necedad, por tu cobardía, por tu miedo a ser herida, a ser defraudada, a que tu madre te quite, por siempre, de manera total, su aprobación.

Sabes? Intentaré levantarme, pero no será fácil. He venido intentando resignarme por tanto tiempo, sin poder hacerlo del todo. Te lo he dicho ya: Llevo tanto tiempo intentando dejarte atrás, sin poder hacerlo. Y me duele cada intento, por cierto. El que recuerde cosas de ti, de tus viajes con él a Serbia, de tus viajes sola a Holanda, de tu amante, de tus trios, de tu cinismo, de esa pequeña vulnerabilidad que te atreviste a exponer, todo ello, te lo juro, viene a mi, en pequeñas dosis de involuntarios impulsos, recuerdos, evocaciones, como agujas, dolorosas, frías y muy puntiagudas.

Carajo: no puedo evitar pensar, en este momento, en los restaurantes que nos gustaban, en tu calle, en donde vivías en Poznan, sola, gris como el cielo, y el murmullo que suena a nostalgia.

De pronto, siento que una emoción que estaba en alguna parte de mí, reprimida, enjaulada, atrapada, empieza a fluir de pronto. Y lloro por dentro, querida, te lo juro que lloro. Me desgarran estas lágrimas, que no sé si son de sangre, o de qué carajos. E imagino lo que fue, todo lo que paso en cuanto me empece a enamorar de ti, todo lo que esperaba, todo lo que pudo haber sido -tanto!-. Aunque tu estás en este momento en la iglesia, o en la recepción, con tu gorda familia francesa, yo sólo veo los lugares en donde estuvimos, en donde nos besamos, en donde pasó todo. Me imagino esa puta lluvia bajo la que te seguí, bajo la cual te pregunté si jugabas conmigo, con ese silencio que nos envolvía cuando nos besamos brutalmente, culpablemente, afuera de tu piso.

De pronto, me observo: ya no gimo, sólo lágrimas, sangre, sangre del alma, recuerdos, frustraciones, todo sale de mí, en río, en un río ancho, caliente, que quema, que duele, que araña casi al ser arrancado. Querida mía, por que yo estaba enamorado de ti, como pocas putas veces lo estuve, por que realmente te adoraba, desde hace mucho, desde meses antes de que, al final, tan cobarde, decidiera, al cabo, decírtelo.

Y ahora, querida mía, te me vas. Y es para siempre.

Ya te has ido. Te acabas de ir. Señora francesa.


No hay comentarios:

Publicar un comentario