domingo, 26 de julio de 2015

Escuchas aquella canción

Escuchas esa canción, aquella que escuchaste por primera vez hace ya un año, cuando estabas de viaje, lejos, lejos de tu región usual de aventuras. La escuchas y te maravillas, como cada vez que la escuchas, por su complejidad, por la complejidad de su ejecución, por la intensidad de las emociones que conlleva: dolor, frustración, impotencia, tristeza, soledad, negación, y al final resignación, aceptación.

Es una ejecución maravillosa. Te maravillas, desde aquella vez que la escuchaste por vez primera, en cada ocasión en que puedes disfrutarla, si es que se puede eso decir. Te maravillas cada vez más, y sufres, al escucharla, cada vez menos. Sí, porque la primera vez que la escuchaste, más que desgarrarte el alma, tenía ya desgarrado el corazón, y esa canción te sirvió para darte cuenta de todo lo que pasaba en ti, eso que te quemaba por centro, que te llenaba de desesperación o poder expresa. Fue una revelación, dulce, como un oasis dentro de la amargura. Representó una ligera calma, como la que se siente, aún en el dolor, cuando un diente que tanto nos ha molestado es finalmente extraído.

Y ahora la escuchas de nuevo. Y recuerda que hace un año fue cuando la escuchaste por vez primera, sí. Hace un año ya. Hace un año, cuando estuviste en Alemania, y después en Irlanda, y después en Croacia. Y aunque usualmente ya casi no te causa dolor, esta vez el recuerdo de aquellos días cae sobre ti: primero suave, casi delicado, casi como un ligero aroma de sufrimiento. Después va creciendo, y sientes que te pica, que te molesta la piel, como un humo caliente, caliente. Te dejas llevar, porque caes en la cuenta de que parte de ese dolor estaba allí, dentro, guardado. 

Finalmente el dolor guardado, o parte de él, esa parte que no terminaste de exorcizar el año pasado, se estrella contra ti. Te duele, te lastima. Sientes que es una especie de veneno que llena tus venas, tus nervios, tus extremidades. Tu ceño se frunce hasta el límite, y las sienes te duelen, porque casi no pueden contener el dolor. Te duele la cabeza, y quieres gritar, y sientes también, al mismo tiempo, que te están pegando en el cráneo, con un bat de béisbol, aunque los golpes vienen de dentro.

Dura poco tiempo. Tras unos diez segundos se apaga todo, se apagan las luces, se esfuma el dolor, o su fantasma. Te sientes como cuando te sientes al despertarte, en la mañana, tras un sueño doloroso, terrible, tras una pesadilla, con la resaca de la amargura todavía envenenando tu frente, tu rostro.

Y te dices que ojalá, sólo ojalá, esta vez te hayas deshecho finalmente de todo, todo ese dolor que no sabías que aún había en ti.

No hay comentarios:

Publicar un comentario