martes, 6 de octubre de 2015

Y entonces te vuelves a enterar de algo

Y entonces te vuelves a enterar de algo, algo que ya sabías, que ya te habían contado, y que, en ese pasado reciente, te pareció fabuloso, excitante, maravilloso: sacrilegio suculento, pecado terrible, terriblemente placentero. Y te lo imaginabas muchas veces, lo evocabas con deseo profundo, queriendo haber estado allí, ser parte de ese acto sórdido, de ese exceso de hedonismo, de ese momento tan memorable, casi irrepetible.

Y entonces te vuelvas a enterar, sí, de eso, de lo que ya te habían contado, pero sólo que, esta vez, tienes más datos a la mano, y te das cuenta de que algunas cosas te las cambiaron: que los pecadores no fueron aquellos que tantas veces te imaginaste, sino verdaderos villanos; que fue un exceso, terrible, sí, y delicioso, sí, pero que te lastima, porque no esperabas que los protagonistas de ese pecado tres, cuatro veces capital fueran esas personas, esos demonios, esos hijos de puta.

Y entonces ves cómo, de manera casi ridícula, el objeto de deseo, de placer, de inmensas, casi inagotables evocaciones, es ahora es la anécdota que te revienta por dentro, que te hace casi lanzar un alarido de impotencia, de coraje, de envidia. Por que los pecadores no eran los que tú querías que pecaran.

No hay comentarios:

Publicar un comentario