miércoles, 27 de julio de 2016

Pasé por enfrente de tu piso.

Cuando, la primera vez por casualidad, y la segunda por melancolía, pasé por enfrente de tu piso, sentí un hondo silencio alrededor. Como si las autos y sus motores dejaran de silbar, de lanzar susurros metálicos y agudos. Como si la gente dejara de hablar en voz alta, callando, aguardando, por que era un suceso importante el que yo pasara por enfrente de donde vivías. Como si las aves se guardaran sus cantos, como si los perros sostuvieran sus ladridos, y las abejas detuvieran su vuelo, sentándose en alguna flor cualquiera.

Pero el mayor silencio estaba en mí, por supuesto. Mis ideas del instante se deshacían, se desmoronaban, perdían forma, se diluían en el aire que rodea el edificio de tu anterior piso. Mi mente, mi boca, mi todo, nos callábamos. Allí, entonces, podía apreciar la fachada, los letreros de los lados, el estudio fotográfico cercano.

Y podía entonces, de forma muy natural y obvia, imaginarnos, allí, a ti y a mi, hace un año, cuando todavía se tocaban nuestros labios, cuando, al menos así me lo parecía, se tocaron también, apenas en un instante, un muy corto momento, nuestros sueños.

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